IMAGEN: Alberto Giacometti Homme qui marche II [Hombre que camina II], 1960 Yeso 188,5 × 29,1 × 111,2 cm Fondation Giacometti, París Foto : Fondation Giacometti, París © Alberto Giacometti Estate / VEGAP, 2020
La expresión los signos de los tiempos se utiliza para destacar aquellos elementos que caracterizan un momento, una actualidad concreta. Así, la fragilidad, la vulnerabilidad y la fluidez podrían ser considerados, hoy, como tales.
La fragilidad relativa al mundo como algo quebradizo, y que con facilidad se hace pedazos. Se despedaza nuestro mundo, no el mundo en sí, sino aquel que poseemos como representación, la imagen que nos hemos hecho de lo que es el mundo para nosotros. Y ante el riesgo de desmoronamiento del suelo que pisamos, nuestros pies caminan sigilosos y prudentes. Deseamos conservar ese mundo que habitamos porque se eleva sobre los cimientos de lo escaso y precario, pero necesario para que siga habiendo mundo que habitar.
La vulnerabilidad de lo humano, que siempre ha estado presente pero no hemos percibido como una condición de nuestra existencia. Esa posibilidad de ser dañados por nosotros mismos, por los otros y por el acontecer. Somos vulnerables porque somos cuerpos – emoción, pasión y razón- que se degeneran hasta culminar su finitud. La muerte ondea siempre en el horizonte de esa vulnerabilidad que nos recuerda que no somos dioses, aunque nuestro mundo nos haga sentirnos, a veces, como tales. Existimos con el riesgo permanente de dejar de existir, y esa la conciencia de esa vulnerabilidad condiciona inexorablemente nuestra manera de vivir.
La fluidez, en consecuencia, del mundo y de cada uno de nosotros, ese dinamismo líquido que niega la posibilidad de algo consistente a lo que aferrarnos. Y nuestra imperiosa carencia de resortes nos induce a aceptar que lo único permanente es el sinsentido de todo, y que por ello este mundo que habitamos y nuestras existencias están abiertos al sentido que cada uno queramos darle. No por capricho o antojo, sino aquel que emerge de nuestras vísceras a partir de la experiencia y que nos lleva a creer ciertamente en él.
Si los signos de nuestros tiempos, que hemos destacado, son la fragilidad, la vulnerabilidad y la liquidez nuestra existencia la percibimos como precaria, carente de certezas, volátil y con riesgo de saltar por los aires en cualquier instante. Ese que marca un punto de inflexión entre lo que creíamos cierto y lo que posteriormente concebimos como frágil, precario.
Sin embargo, el hecho de poseer una conciencia, más ajustada, de nuestro ser como materialidad, puede facilitar que nuestra manera de habitar el mundo se fundamente en estos signos de los tiempos, y, en consecuencia, generemos redes que proporcionen cierta consistencia a nuestra vida. Estas redes no son otras que esa solidaridad que surge como anhelo entre los unos y los otros. Siendo todos tan efímeros, hagamos de cada instante una eternidad sentida –no objetiva- porque esa es la única consistencia a la que podremos aferrarnos cuando llegada la muerte, que a todos nos aguarda, nos hallemos en esa inexorable soledad, aunque nos estemos solos, que es morirse.
