Decía Pascal, “nadie muere tan pobre que no deje algo tras de sí”. Cierto es que ni los desechados, como ratas, pasan por este mundo sin dejar huella. Esa es su riqueza, su legado, el rastro que dejan en el corazón de otro, tal vez tan despreciado como ellos. Lo desgarra magistralmente Vardan Tozija en
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Desubicados en una corrala del barrio de Lavapiés, un universo étnico-cultural diverso y pobre, aumentamos el colorido del paisaje. Acogidos como uno más, coreando el fracaso de los alemanes en su partido de champions –creo que era una causa común- se vuelve a evidenciar algo que nadie revela en sus grandes artículos de opinión de