La urbe se extendía por una explanada abrupta. Su fisonomía espejeaba los rasgos diversificados que delataban incisiones profundas en el espacio social. Una zona ornamentada de grandes chalets con jardín, piscina y cualquier otra variedad de boatos cuya profusión resultaba exorbitante; otro encuadre de edificios compuestos de pisos de generosa extensión y ciertas comodidades; y,
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Ayer me abordó por la calle una señora llorando que decía estar perdida, aunque constaté que se hallaba atrapada en un baño de angustia que la desorientaba. Era bajita y rechoncha. Su aspecto desaliñado, pelo descuidado, vestimenta que cumplía únicamente su función, sin ningún cuidado estético ni ornamento. Estábamos en un barrio de la zona
Hay una cueva oculta, en un recodo cubierto de ramaje en el bosque, por donde ni los requiebros más sofisticados permiten el acceso a nadie ajeno, porque cualquier avispado que consiga aproximarse y tender la mano hacia el interior es expelido como una amenaza indeseable. Esta guarida se asemeja al foso interno de los desalojados,
Afirma López-Petit que “lo que hace el enfermo mediante su mirada es simplificar para ir a lo esencial. No tiene otra opción, ya que en ello le va la vida. Esta intervención sobre el mundo se separa, evidentemente, de la reducción de complejidad sistémica. El cuerpo fatigado, por su parte, actúa revelando el entramado que
La dicotomía entre la normalidad y la anomalía está elaborada en base a un patrón, al que se avienen mediante la socialización los individuos, orientado a minimizar el grito, la queja de sectores desajustados al modelo, y que este expele marginando todo grupúsculo que pueda desestabilizar el sistema. Lo paradójico consiste en que analizando los
El sistema social ha intentado centrifugar lo diferente y lo normal para depurar sus límites, insertando un mazazo mortal a quien pretenda legitimar insurgencias en nombre de la igualdad. Pero, puesto que este sistema no aspira al bienestar de sus miembros, ha ninguneado a lo distinto o anormal inerme y sin fuerzas para rebelión alguna.
Hay cloacas en las ciudades no habitadas por ratas, sino por mamíferos humanos despedazados.
Decía Pascal, “nadie muere tan pobre que no deje algo tras de sí”. Cierto es que ni los desechados, como ratas, pasan por este mundo sin dejar huella. Esa es su riqueza, su legado, el rastro que dejan en el corazón de otro, tal vez tan despreciado como ellos. Lo desgarra magistralmente Vardan Tozija en
Desubicados en una corrala del barrio de Lavapiés, un universo étnico-cultural diverso y pobre, aumentamos el colorido del paisaje. Acogidos como uno más, coreando el fracaso de los alemanes en su partido de champions –creo que era una causa común- se vuelve a evidenciar algo que nadie revela en sus grandes artículos de opinión de