Decía Pascal, “nadie muere tan pobre que no deje algo tras de sí”. Cierto es que ni los desechados, como ratas, pasan por este mundo sin dejar huella. Esa es su riqueza, su legado, el rastro que dejan en el corazón de otro, tal vez tan despreciado como ellos.
Lo desgarra magistralmente Vardan Tozija en el film Amok, cuyo argumento se desarrolla a través de la vida de Phillip, un huérfano dentro de los tantos abandonados en el centro de adopción juvenil de un suburbio desolado, que es obligado por el inspector de policía a participar en un encuentro aterrador que lleva a grandes consecuencias, entre una de tantas la pérdida de esperanza del joven. Petar, su mejor amigo, y Goran, su maestro, unen esfuerzos para poder darle justicia y paz a Philip, pero poco saben que dentro de su mente hay algo roto más allá de la reparación.
A pesar de esa imposibilidad de reconstruir un interior destrozado, existe un “algo” que vincula a los sin nada. Probablemente el despecho de haber sido desde la cuna tratados como ratas.