Decía Pascal, “nadie muere tan pobre que no deje algo tras de sí”. Cierto es que ni los desechados, como ratas, pasan por este mundo sin dejar huella. Esa es su riqueza, su legado, el rastro que dejan en el corazón de otro, tal vez tan despreciado como ellos. Lo desgarra magistralmente Vardan Tozija en