Parafraseando a Simone Weill[1], filósofa destaca del S.XX, un Dios ausente es el único Dios auténticamente presente, pues la ausencia aparente de Dios es su realidad. Dicho esto, puede deducirse que la figura de Dios de la que habla Weill se aleja de esa función consoladora y hecha a medida de la necesidad humana por
