Los siniestros, frívolos y tendenciosos, son propensos a lo funesto porque embisten al otro a realizarlo. Solo desde la distancia, se puede banalizar el mal (aunque Arendt considerara otras circunstancias) ya que hundido en las aguas pantanosas de su realidad, provoca desconcierto, pavor, desata el instinto de supervivencia y el absurdo de toda guerra. Tan solo, los vómitos y la sangre propia o ajena son hechos constatables, que nos devuelven el sentido: quién decide hacer la guerra y quien acude a ella y la sufre.
Por tanto, a los siniestros que banalizan el mal sumerjámoslos en arenas movedizas para que mesuren la situación con la frivolidad que les es propia.