En esta sociedad del instante, la rapidez y la eficacia donde simultáneamente se produce una falta de Trabajo para un sector importante de la población, está teniendo lugar un fenómeno paradójico, casi antitético que agudiza aún más la Sociedad dual de la que se viene hablando. No estamos, ya solo, ante una disgregación económica y social, sino que derivada de ésta, se lleva a cabo, como es obvio, otra cultural que arraigará en la mente de los sujetos y será tan insuperable como las anteriores.
Parece evidente que ,muy distinto será el discurso vital para un sector que orienta su vida alrededor del éxito profesional y el dinero, y debe buscar valores que complementen su existencia para rebajar ese estrés y esa competitividad materialista, de aquellos para los que se ha fracturado el eje vertebrador tradicional de la vida, que era el trabajo, y que se ven obligados, no solo a buscar formas de subsistir precarias sino, a llenar el tiempo vacío no de cosas, sino de sentido, para que puedan valorarse como personas y no como el despojo sobrante de la sociedad.
Paradójicamente, quien dispone del bienestar económico para poder discernir lo relevante de lo accesorio en la vida, no tiene ni el tiempo, ni la serenidad interior que desvele esa necesidad. Por otro lado, quien tal vez tiene tiempo y las circunstancias a las que se ha visto arrojado le han llevado a cuestiones sustanciales, se siente demasiado angustiado para poder pasearse con sosiego por su propio interior.
En este sentido, la sociedad actual padece una especie de trastorno de ambivalencia –que no aparece en ningún manual psiquiátrico- porque en ocasiones parece mejor ser un individuo hipermoderno –término acuñado por Lipovetsky- ,y en otras seguir siendo un postmoderno sin curro que nunca se encontrará a sí mismo, ni entenderá el mundo en el que vive. O sea, o cumples las reglas del sistema y sometes tu vida al patrón establecido por él, los hipermodernos desvividos, o bien al no cumplir el perfil quedas expulsado como un individuo incapaz, los postmodernos frágiles, hedonistas y egocéntricos.
Será verdad que no se puede servir a dos señores,…Ahora bien, si quien se integra en el sistema es el denominado hombre hipermoderno cuya velocidad vital le lleva a hacerlo frívolamente, no ahondará éste en las auténticas cuestiones a responder. Parece que esto quedará en las manos de los expulsados del sistema, de los marginados, que en cuanto no asumen el perfil hiper deben cumplir el previo, el post. Aunque su grado de angustia pueda paralizarlos sondean y se deslizan por las proximidades de lo relevante.
Es decir siguiendo la lógica terminológica que separa al hombre perfilado tras la muerte de Dios en dos estados distintos –lo cual considero hiperbólico y desajustado- deberíamos entender al hombre hipermoderno como al individuo sometido por el neoliberalismo salvaje, y al postmoderno como aquel que aún puede preservar cuestiones esenciales de la humanidad. Esto lógicamente choca frontalmente con la concepción de la postmodernidad del mismo Lipovetsky que caracterizó como la era del vacío. Aunque cierto es que merecería sus matizaciones.
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El hombre que aún busca el sentido
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