Acompañar el llanto del otro es una habilidad que pocos poseen. Nos apresuramos a intentar que esas lágrimas cesen cuanto antes, a menudo por nuestra propia incomodidad ante ese tipo de expresión emocional. Aquí la cultura nos ha cercenado en gran medida, y hay que reconocer que más a los hombres que a las mujeres –aunque se va aceptando el llanto masculino- Es decir, no sabemos cómo manejar las emociones propias y ajenas que se desbordan ante la manifestación del llanto. Lo percibimos como lo más trágico que el otro puede expresar y nos sentimos responsables de que esa tragedia cese, sin pensar que, tal vez, el drama consiste en no encontrar a nadie, que mientras llora a rabiar y expulsa su dolor, su ira, etc., le pase un brazo por el hombro y le apretuje bien fuerte, mientras se siente convidado a verter esas lágrimas comprimidas que le queman la garganta.
La sensibilidad, cuando proceda, es aliada del dolor, no de la castración.