Pactamos con el mismísimo diablo, forzando un trueque malévolo, ávidos de lograr un hito que se desmiembra y pierde su valor en ese proceso perverso que nos acerca a su consecución. Así, restamos desprovistos de propósito y de valor, porque nada que se conquista mezquinamente es digno de admiración. Olvidamos que lo bueno querido, nunca puede ser deslindado del trazado recorrido para aproximarnos a ese horizonte, que se desdibuja en cada gesto insidioso desprendido de nuestra codicia.