Quien se deja arramblar por la desidia y la aflicción se petrifica en cuanto a la acción y se mortifica respecto del sentir de su estado. Cierto es que aquello que se precipita vertiginosamente sobre la condición vital parece insufrible, y a menudo lo es. Pero también, lo es, que sobrevenida la avalancha sobre la existencia que sostenemos, o nos entregamos sin defensa alguna al padecer, o con coraje e ímpetu nos revolvemos contra lo que acaece como irremediable. Quizás entre morir pasivo y sobrevivir activo se halle la dignidad que merece el esfuerzo de ser, para decaer o no espejeando la iniquidad de una maldición no precisamente divina.