“La indiferencia es ese escarnio del egocéntrico, del que solo te apercibes cuando cesan las palabras y sus labios siguen diciendo que sí”
Relatos y Aforismos. Ana de Lacalle. Célebre Editorial. Febrero de 2019. Aforismo 46, pg. 79
El Aforismo es una forma literaria concisa y, por ello a veces, densa semánticamente que no está sujeta únicamente a lo que manifiesta el autor, sino que procede que el lector se apropie de él para propiciar la remembranza que se avenga a su subjetividad. Aunque, es cierto, que si leemos un libro de aforismos dentro de un conjunto más amplio de la obra de un autor podemos aproximarnos a su sentido originario; pero también lo es que siempre resta una brecha insoslayable entre lo escrito y lo leído.
Así la lectura de los aforismos no debe refrenarnos con un sentimiento de temor sobre si entenderé o no lo que se ha enunciado. Antes bien, creo que el provecho consiste en que esa lectura suscite una reflexión sobre la vida, aunque esta esté, como no puede ser de otra forma, circunscrita al sujeto que la realiza. En ese sentido, animo a perder el “miedo” a lo que, en realidad, debería producirnos una sensación de reto o desafío para ahondar en cuestiones que tal vez, sin una lectura que nos sitúe ante estas, nunca nos habríamos planteado.
El aforismo que encabeza el post flirtea con la impostura del sujeto egocéntrico, aquel cuya indiferencia a todo lo ajeno queda desvelada en ese gesto, casi burlesco, de continuar asintiendo cuando el otro guarda silencio; en esa situación absurda percibimos con palmaria claridad que el ego de nuestro interlocutor no le permite escuchar; es más ni tan siquiera se apercibe de que ya no oye vocablo alguno, sino que por inercia embadurnada de desinterés, persiste en asentir ante la ausencia de intento de comunicación alguno.
Pero más allá de este u otro sujeto concretos, lo relevante de los aforismos es que, no solo nos pueden permitir identificar situaciones o sujetos determinados, sino que en el fondo nos invitan a hurgar en nosotros mismos para identificar hasta qué punto somos o actuamos, a veces, en los términos descritos en lo enunciado ¿Hemos actuado con esa indiferencia que ningunea al otro, se haya este apercibido o no? ¿Somos individuos recluidos en un yo impermeable al decir y padecer ajeno?
Son algunas de las preguntas que podríamos plantearnos tras la lectura de este aforismo. Pero, insisto, lo sustantivo es lo que despierta o suscita en nosotros la lectura de estas breves sentencias, más allá de lo que quien las escribe quiera haber expresado. Porque la pretensión es evidenciar problemáticas que tienen lugar fruto de la condición humana. De ahí la diversidad de los aforismos –en concreto en la obra de la que hablamos- y cómo se van desplegando resiguiendo el camino en la búsqueda de un sentido vital, y cómo finalizan constatando –y eso es subjetivo- la ausencia de sentido alguno en sí mismo, más allá del que cada uno pueda dar a su propia existencia.
Os invito, nuevamente a la lectura de estos desafíos humanos, demasiado humanos, parafraseando a Nietzsche.
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