Nunca se sintió llamado a ser nadie excepcional. Los héroes se reconocen a sí mismos por su superioridad moral ante los otros y su decisión de asumir semejante responsabilidad. Arthur solo deseaba llevar una existencia digna y discreta, motivo por el que se forjó con el esfuerzo y tesón de cualquier otro humano. Pero, desgraciadamente sobrevino una pandemia que arrasó de manera extemporánea con miles de víctimas que caían al hoyo por falta de recursos sanitarios en esa sociedad opulenta en la que los habían educado. Mientras el virus fue succionando el último hálito de muchos, se sentían traicionados por la alevosía del abandono del sistema. Aunque, todo pareció transmutarse el día en que el estruendo de los aplausos homenajeaba a unos y otros como héroes: los servidores públicos sanitarios y de los cuerpos de seguridad por la entrega con la que desempeñaban su cometido, y los pacientes atrapados por esa ola vírica por padecer el mal. Arthur se percibía adulado cínicamente y, aunque su falta de fuerzas le impedía clamar por recuperar su auténtica identidad, no cejó en su empeño. Y, acabose la farsa, el día en el que una enfermera le aproximó un móvil a su rostro, para que viviera con halago el griterío de héroe que proferían las masas, ya que con el rostro aquejado de dolor y rabia, una desgarrada ira contra ese anónimo ente abstracto que es el sistema, exprimió el nimio jugo de sus fuerzas vocales para despertar a los adormecidos y bramó con contundencia y convicción: “Somos víctimas, ingenuos, todos somos víctimas, porque no podemos elegir”. Su apóstrofe atajó el ignorante entusiasmo de la multitud que mutó en silencio. Algo se resquebrajó aquel día: poniendo en cuestión la validez de una forma de vida que parecía estar aniquilándose a sí misma.
por
FILOSOFIA DEL RECONOCIMIENTO 