La complejidad de lo verosimil.

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Se decía, a sí mismo, que nada de lo que sucedía alrededor podía constituir un acontecer fidedigno, sino un aparecer persistente de veleidades distractoras. Pero ¿cómo discernir con veracidad entre lo voluble y lo sustancioso? Ahí residía el antiquísimo problema, que según su experiencia no había sido zanjado. Porque, hallándonos inmersos en una vorágine fáctica, confusos, aturdidos y posiblemente desbarrando, no hay posibilidad de sosegar la mente para escrutar, diseccionar y combatir los espejismos.

Y no es una cuestión menor, ya que de la turbación externa emana un flujo que penetra las neuronas, las muta, equivoca su actividad sináptica y la resultante es otro irresoluble interrogante, este arrojado sobre la propia identidad.

Si no hay posibilidad de deslindar la alteridad en su configuración más auténtica, se produce una fusión, con-fusión, entre el yo y lo no-yo, haciendo indiscernibles los límites entre el sujeto cuya conciencia se sabe a sí y se diferencia de lo otro.

Lo dicho que puede percibirse como un constructo teórico y abstracto que nada tiene que ver con la experiencia, constituye ni más ni menos que la única vía de pensar y comprender lo empírico; es decir, que los hechos filtrados subjetivamente sean experiencia y, por ende, una comprensión verosímil de cuanto nos rodea.

A modo de ejemplo: si hundidos en lo cotidiano damos por válido que aquel individuo que visualizo a lo lejos es mi padre brindando carantoñas a un sujeto x, desconocido para mí, puedo extraer conclusiones como si fuesen certezas, cuyas consecuencias pueden ser muy nocivas. Ante tal supuesto “hecho” cabe la posibilidad de que aquel individuo lejano no sea realmente mi padre; que, si lo fuere, estuviese simplemente consolando, en el sentido estricto del término, al sujeto x que acaba de recibir una trágica noticia; que hubiese una relación sexual, o tal vez amorosa entre ambos; que el sujeto X fuese mi madre, su hermana, o su primo. O sea, que entre lo datos que estimulan mis sentidos, la percepción que generan en mí y lo que ciertamente está aconteciendo en esa escena -si es que hay acontecimiento nítido- puede darse una discrepancia supina que contribuya a la precipitación de otros hechos, o incluso acontecimientos, que sin fundamento veraz alguno, dañen, hieran y rasguen relaciones que se sostenían afablemente.

Es así como, la prudencia en la formulación de enunciados, que siempre se tornan en juicios, debería ser el punto de partida ineludible para cualquier sujeto que sienta turbación o incomprensión ante lo que le parece percibir. Si esta cautela es innegable en la cotidianidad, pensemos cuán imprescindible debe ser en el momento de establecer supuestos desde los que dar significado a cuestiones de mayor complejidad.

La maniobra de particularizar lo abstracto, como estrategia didáctica de explicación, adolece siempre de exactitud e incluso con dificultad se ajusta suficientemente una a la otra. Sin embargo, a riesgo de perder rigurosidad me aventuro establecer el símil para que se intuya la trascendencia de confundir lo voluble o aparente, con lo acontecido realmente.

Por lo tanto, ponderemos lo relevante que el ejercicio de la filosofía puede ser en la vida, siempre y cuando seamos capaces de engarzar una y otra.

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