Desecado interiormente por la adustez de la existencia, esa que no ha sido propiamente vida por mucho afán que haya desempeñado, y tras ese tesón desplegado, con el metabolismo ya siempre basal, me deslizo arrostrado como quien agoniza pre-mortem.
No hay humano que resista la negación eterna de cuanto quiere, porque según la ley del desgaste[1] de los organismos vivos, el esfuerzo por sobrevivir consume tal energía que, solo cierta recompensa, puede tornarla a un relativo equilibrio.
Así que, dicho lo dicho, no me restan más opciones que dejarme extinguir o ejecutarlo yo mismo. Y esto, no porque la vida no valga la pena, sino porque existir negándosete por siempre la posibilidad de catar un atisbo de vida, es insoportable. Amén.
[1] Ley del desgaste del filósofo Philipp Mainländer