NADIE DIJO QUE FUERA FÁCIL

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IMAGE: Guardardeviantart.comBaby Z by hydr0choerus on DeviantArt

Nadie dijo que fuera fácil ser concebido, tal vez sí flotar nutrido y sin esfuerzo en el útero materno hasta que el destino nos expulse por ese canal estrecho al que debemos amoldarnos, para nacer; nacer y recibir un azote para arrancar a respirar; tras lo cual y ante nuestro primer llanto todos sonríen o lloran de felicidad ¿Qué ha ocurrido? Debíamos cuestionarnos al notar la palmada del de la bata blanca en nuestro trasero, ¿dónde estoy? Se esfumó la referencia de las paredes uterinas y de ese oceánico estar placentero. Hemos nacido, y ahora acontece lo peor. Nadie dijo que fuera fácil.

O, tal vez, nadie se pronunció al respecto de lo que implicaba existir. Desorientado, crees haber aumentado de tamaño en exceso, porque todo eres tú, tú y tus necesidades. Hasta que vas rompiendo el cordón umbilical -algo que costará años y dolor- y te sientes un ser separado de lo otro, un yo, con otro de dimensiones inimaginables y una diversidad de sucesos inéditos para un niño que deja la infancia primigenia tras de sí, y se ve exigido a responder a estímulos que desconoce, pero que debe ir computando a una velocidad vertiginosa. Nadie dijo que fuera fácil.

Andar, hablar e ir interiorizando a base de disgustos las normas y convenciones sociales, algo artificioso sin lo cual eres absolutamente repudiado. Surge la culpa, el miedo, la angustia y con los escasos recursos que inconscientemente vas improvisando afrontas vicisitudes duras y difíciles. Pero a esas alturas ya has interiorizado que los niños buenos y grandes van al colegio a aprender y tener amigos. Maticemos, aprendemos ¡qué remedio! Mas lo de los amigos es otro cantar, que antes se asemeja al estado de naturaleza hobbesiano, en el que el niño es un lobo para el niño, porque todos añoran ese poder perdido de querer y tener, cuando lloraban y mamaban, o se les limpiaba, o se les acunaba. Ahora nuestro querer acostumbra a chocar de frente con el de los otros y o nos entregamos a la guerra o aprendemos a pactar. Los patios son un gran entrenamiento para la vida en sociedad.

Nadie dijo que fuera fácil, y por eso superada la “tierna infancia” nos desparramos en la adolescencia, momento en el que la vida empieza a parecerse más a la realidad. Sentimos hasta las entrañas la exigencia del entorno, a la que a veces podemos responder sin excesivo esfuerzo y, sin embrago, otras no sentimos impedidos ante los imperativos que no aplastan el cráneo. De cómo lidiemos la batalla en la adolescencia dependerá en parte nuestra entrada en la juventud y la certeza ineludible que pronto se espera de nosotros que nos sustentemos de manera autónoma. Y esto hoy parece una quimera que poquitos alcanzan, por lo que el sentimiento de fracaso y de no tener cabida en el mundo se acrecienta y agudiza. Y nos preguntamos ¿Por qué me han nacido si no hay lugar que pueda ocupar? Pero no hay respuesta, porque nadie dijo que fuera fácil.

Puedes terminar arrinconado, con una contorsión del cuerpo que ocupe el menor volumen posible para no ser visto y cuestionarte ¿si era tan difícil quién me quería tanto que permitió que naciera?

Y esta controversia no golpea solo al joven perdido que se amaga de la mirada ajena, sino también a los padres y tremendamente a las madres que los cobijaron en su seno y los fueron desamarrando, porque así debía ser, observando y sufriendo los obstáculos que sus hijos encuentran para subsistir. Después, esas mujeres empiezan a rumiar qué será de sus hijos cuando hayan superado el nivel de subsistencia y empiecen a preguntarse ¿para qué tanto luchar? ¿para qué existir? Y ellas que, por sentirse carne literal de su carne, re-sufren cada paso vital carentes de respuesta, porque  tampoco saben para qué, solo les cabe repetirse el mantra “nadie dijo que fuera fácil”, como si esa tonadilla tuviese el poder de aliviar el dolor de haber nacido.

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