Publicado originalmente en Letras&Poesía, noviembre de 2019
Desde la distancia logro deshilar, destejiendo fibra a fibra, ese lazo que más que vincularme me subyuga. Mientras acudo al llamado de alguien que malvive huyendo de la muerte, guareciéndolo de su propio miedo e impostando una serenidad de la que carezco. Recojo trastos, friego platos, preparo algo de pitanza que le haga sentir que todo se recompone, mientras se deja llevar por el agotamiento.
Y en ese trasiego despiadado en el que se desliza la vida, me rearmo siendo quien cuida, y no quien es cuidada. Craso error sea quizás contraponer una experiencia a la otra, trastabillándome de nuevo en esa oposición irreconciliable de lo que siento como contrarios; incapaz, torpe e infantil polarizando el mundo, sin que quepa matiz ni salvedad alguna.
No obstante, mientras el silencio se despliega para permanecer distantes, algo brota en mi interior regocijante, sarcástico y rebosante de inquina que me satisface, ingenuamente; como si en ti hubiera nostalgia, apego o gesto de displacer por esta interrupción abrupta.
Posiblemente estés donde los días de sol destellan esplendor, consagrado y entregado a esas pasiones que engrosan y sustentan tu ego. Ajeno plenamente a quien no existe más que siendo presencia, y relegado al olvido insensible cuando solo constituye ausencia.
Toda esta tribulación apunta a no ser más que un delirio paranoico y narcisista, consecuencia de haber quebrantado pactos y con ellos desdecirte, titubear con gesto ambivalente y dejarme desamparada en el barro pegajoso de una disociación entre lo que es y lo que en absoluto hay; vadeando en el anhelo que por necesidad reclama un atisbo de algún sentir franco y veraz por tu parte.
Esta es una de aquellas misivas que nunca llegan a su destino, acaso porque el sufrimiento propio se agota en el horizonte del mismo padecer.