La acumulación mental de tragedias colectivas y particulares —ajenas en el espacio algunas de ellas, pero no en cuanto humanos— deja un poso catastrófico que nos induce al pesimismo y a la desidia. Masticar reiteradamente el dolor a dentelladas secas y calientes —como expresara magistralmente Miguel Hernández—para rebuscar algún indicio de esperanza es un cometido abocado al fracaso.
Este sentir expandido desde las capas más vulnerables de la sociedad a las más altas —con una cierta conciencia crítica del tipo de mundo inhabitable que hemos construido— no es en absoluto inocuo, sino que se manifiesta cotidianamente con acciones y actitudes de muchos ciudadanos desesperados para los que incluso lo legal, por su cuestionable ejercicio de una justicia real, ha perdido legitimidad. No hay sistema jurídico que, de facto, proteja con equidad al ciudadano de a pie, ni sistema de protección social que garantice la supervivencia de la gran mayoría que lo necesita.
Todo el conjunto de fallas del sistema se entremezcla en un conglomerado confuso que lleva a una percepción de caos y desprotección en diversos ámbitos: la sanidad que, al menos en Cataluña, se halla en un declive que deja desasistida a muchas personas, tanto en la atención primaria como en la hospitalaria; la vivienda y la posibilidad de que se haga efectivo ese derecho constitucional a una vivienda digna; el trabajo con salarios que permitan subsistir, ya que por primera vez en la historia entre los pobres se hallan muchas personas que están ocupadas; el acceso a una asistencia jurídica gratuita y que no prolongue los contenciosos durante años, cuestión que no responde a la urgencia de quien recurre a abogados de oficio.
La lista podría ampliarse, pero no es mi objetivo hacer una recopilación exhaustiva, sino más bien referirlos como ejemplos concretos que contribuyen al malestar, la desesperación y la percepción de que todo es un desastre.
Coincido con diversos analistas en que la pandemia del convid19 no ha hecho más que desvelar las grietas, que son ya socavones, de un sistema a nivel mundial que no funcionaba. Y no lo hacía porque está sustentado sobre la acumulación de la riqueza en los que tienen, por ende, el auténtico poder, a costa de la pobreza de la mayoría de los habitantes del planeta, y además de una explotación del medio ambiente imprescindible para sostener el sistema de privilegios económicos —competición a la que se han incorporado países que ya no tienen nada de emergentes, sino de pudientes—, y que genera, sin lugar a duda, muchas de las catástrofes naturales que están sucediéndose debido al cambio climático y la devastación y desequilibrio de la naturaleza.
Ante este panorama desolador, y pensando en las generaciones futuras, los que estamos inmersos en este juego demoniaco tenemos la responsabilidad moral, no ya de decir, sino de actuar con contundencia.
¿Qué es una actuación contundente? Entiendo, como tal, aquella que tiene una repercusión inmediata en el funcionamiento de un sistema que opera en beneficio de una minoría, es decir, paralizando la fluidez del engranaje y apropiándose la mayoría agraviada de la posibilidad de reactivarlo o no. Dicho de otra forma, desplazando el poder sobre el sistema a quienes son víctimas cotidianas de las injusticias que este produce.
Hago referencia a un tipo de acción que, sin ser el modelo para seguir, sí acostumbra a tener efectividad en las decisiones del gobierno, como es el caso de los chalecos amarillos en Francia. Aquí puede aparecer ipso facto la controversia sobre la violencia por parte de los ciudadanos en sus actos de reivindicaciones ante el Estado. Profundizar en esta cuestión compleja es el objetivo de la última obra de Judith Butler, que recomiendo fervientemente por la amplitud y desvelamiento de formas de violencia que nos pasan inadvertidas, y principalmente porque responde a la necesidad de repensar los términos violencia y no-violencia. En este sentido haciendo referencia, por ejemplo, a Balibar y Benjamin afirma:
“(…) la violencia de Estado y otros poderes regulatorios llaman violencia a lo que se opone a su propia legitimidad, de modo que esa práctica normativa se convierte en una manera de promover y disimular la propia violencia.”[1]
Sea como sea, urge repensar cómo y actuar. Esto por un motivo sustancial: o los sectores sociales de la diversidad de sociedades, que aún poseen la capacidad de acción, intervienen de una manera estratégica y consensuada o la situación a la que nos arrastra la inercia en la que hemos sucumbido acabará por otorgar el poder decisivo y sin remisión a esa minoría que no vislumbra más allá de su beneficio particular, aunque para ello ponga en peligro y arrase con muchas vidas y la viabilidad a medio plazo del planeta.
Debemos desacostumbrarnos a las injusticias, a los atropellos, a la inmunidad de los que tienen el poder, y reaccionar con contundencia y eficacia para poner límites a esa Leviatan sibilino que está arrasando con lo humano. Cierto es que la concreción de esas acciones es compleja, pero también que solo está en manos de los ciudadanos, y para plantearnos cómo la lectura de Butler es un punto de partida que puede ser un revulsivo. La determinación de llevar a cabo acciones contundentes está en las manos de los no legitimados para paralizar el sistema ya que rápidamente serán enjuiciados de violentos. Pero esta amenaza o tergiversación de los hechos no puede paralizar ese gesto decisivo de gritar: ¡Basta ya!
Desde aquí, deseo animar a reflexionar sobre lo planteado. Aprovechando, asimismo, que intentaré —ya que nunca lo he hecho— iniciar una campaña para boicotear la tercera dosis de la vacuna en los países más pudientes hasta que todos los humanos hayan recibido la primera pauta de vacunación. Esta es una decisión individual que, si prosperase, podría convertirse en colectiva, siempre que adquiera la resonancia suficiente para que una mayoría de ciudadanos de los países más ricos se nieguen a recibir esa tercera dosis a fin de que sea utilizada para iniciar o complementar el proceso de vacunación de los países más desasistidos.
Lo que pretendo con este escrito es hacer un llamamiento a la acción y al abandono de la pasividad que se convierten en condescendencia y complicidad en las cuestiones cruciales.
[1] Butler, J. La fuerza de la no violencia. La ética en lo político. Paidós Básica. Barcelona 2021. pg.105
OS INVITO A LEER Y FIRMAR LA SIGUIENTE PETICIÓN A TRAVÉS DE CHANGE.ORG
¿ir contra el status quo? De veras que estos filósofos y poetas ( filósofos fracasados decían en la facultad, recuérdalo) no se miden, al rato van a ser realistas y exigir lo imposible…gracias a San Trump que nadie los escucha o como dijo aquel mexicano innombrable «Yo ni los veo ni los oigo»…mi otro yo se desata a la par que sabotea la santidad de este espacio… Besos al vacío desde el vacío
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