Recuerdo mi etapa de estudiante de bachillerato, mi pasión por las matemáticas y la literatura. De las primeras me seducía la certeza de que, si procedía bien, había un único resultado válido, y el desafío continuo de escudriñar el procedimiento -o a veces procedimientos- correcto concentraba toda mi capacidad de esfuerzo y cognitiva. De la segunda, la literatura, tardé algún tiempo en apercibirme de que lo que me tenía encandilada era el contenido: las cuestiones, desdichas, la búsqueda y la constatación de que no había una respuesta.
Estas preferencias contrapuestas latían con insistencia en mi interior y me abordaba una zozobra inmensa el hecho de que apostar por una disciplina excluía a la otra. Si decidía que mis estudios universitarios fuesen en una dirección u otra, sabía que eran caminos que se bifurcaban y que no podría recuperar con la profundidad que necesitaba.
Sin embargo, hacia el final del camino descubrí la Filosofía. Era una apuesta que me apasionaba porque mantenía un equilibrio asombroso entre las disciplinas comentadas anteriormente que me deleitaban. Así es que, creo que fue precisamente la lectura de Kant, curiosa circunstancia para alguien, con diecisiete años, que está descubriendo un tipo de saber totalmente nuevo, la que me permitió ver que mi auténtica pasión y aquella que aunaba mis inquietudes y mi actitud vital era precisamente esa materia que solo se me dio a conocer a finales del bachillerato.
Ahora bien, una vez ahondé hasta donde pude en solitario -no siempre el profesor es un aliado para estimular el amor por una actividad-, supe que, me llevara a dónde fuese, esa apuesta por la Filosofía era la única que satisfacía mi cuadratura del círculo. Aprendí la rigurosidad del discurso en la búsqueda de preguntas y respuestas, así como a lidiar con la incertidumbre necesaria para asumir que a las grandes preguntas no hay respuesta únicas y universales. Además de proporcionarme, como mujer, un lugar en la sociedad menos ninguneado y con más herramientas de reclamar los derechos de igualdad de oportunidades y justicia en una sociedad jerarquizada absolutamente machista.
Así es que compaginándolo con una jornada semanal de cuarenta horas aposté por estudiar Filosofía. Renuncié, por supuesto durante años a fines de semana de relax, a vacaciones. Asumiendo que el objetivo era arduo, y que, si la licenciatura en España en ese momento era cinco años, a mí me costaría una inversión de tiempo más larga. No entraré en detalles de qué posibilitó que consiguiera mi propósito, haciendo la mitad de la carrera en dos años y con buenas calificaciones -hecho que debo reconocerme, porque los que hemos estudiado en condiciones de inferioridad respecto de otros siempre nos queda el complejo del ignorante-.
Bien pues sirva esta contextualización para destacar que hoy día internacional de la Filosofía, no puedo estar más satisfecha de mi decisión y de mi esfuerzo. He vivido muchos años ejerciendo de educadora mediante la Filosofía, y en los últimos he tenido la recompensa de poder haberme dedicado a estudiar áreas menos transitadas por mí y de escribir, a veces artículos, otras veces literatura impregnada siempre de Filosofía.
Por esto, entiendo que negar -por no ofrecer la posibilidad- el conocimiento de la Filosofía a niños y sobre todo a los adolescentes equivale a negar una perspectiva sesgada y desesperanzadora del mundo. La oportunidad de contactar, moverse y adentrarse en el quehacer filosófico es un derecho que tiene cualquier persona, o ciudadano o como queramos denominarlo -no entraré ahora en ese debate- para ampliar su noción de la condición humana, de sus anhelos, de sus preocupaciones y cuestionamientos sobre él mismo y el mundo que debe ser respetado y legislado en cualquier país, y como no por parte de las Instituciones internacionales que se jactan de la defensa de los derechos humanos -y tampoco entraré en disquisiciones sobre esta farsa de facto-. Si participamos en el juego de las estructuras de poder que se supone legislan y regulan por el bien común, ¿puede haber algún tipo de bien para sociedades que pretenden sutilmente educar ciudadanos conformados y sin ninguna capacidad ni habilidad de reventar esas mismas estructuras, si así lo considera conveniente, por no haber sido educados filosóficamente, ni introducidos en un quehacer cuya pretensión es hurgar insistentemente en las cloacas de lo que se nos muestra como políticamente correcto? La respuesta es No.
También es cierto que la presencia de la Filosofía como una actividad normalizada en las sociedades no garantice una vida mejor si no hay por parte de los filósofos un compromiso firme con la comunidad. Y no hablo de ideologías, por si he dado lugar a confusión. Contra más contaminada esté la Filosofía de componentes ideológicos más se difumina y se anula la actividad nítidamente filosófica.
Sirva este escrito para celebrar el día de hoy con la esperanza de que seamos capaces de estimular y motivar a más ciudadanos por enriquecer su actitud crítica y pensante mediante la lectura de filosofía o inclusive de otras materias que cumplen de igual manera esta actividad deconstructora de lo que damos por incuestionable.
APROVECHO PARA INVITAROS A TODOS AL ACTO QUE EL @CLUB MUNDIAL DE LA FILOSOFÍA de ARGENTINA, en colaboración con otros filósofos de distintos lugares del mundo, realizará hoy para otorgar distinciones a filósofos, escritos y organizaciones que han destacado por su labor en la promoción de la Filosofía durante el año 2021.

¡FELIZ DÍA DE LA FILOSOFÍA Y SOBRE TODO FRUCTÍFERO PARA UN FUTURO INMEDIATO!
Muchas felicidades Ana!! Y mas de ellas por tu profesionalidad y claridad en tus exposiciones!! Que tengas un maravilloso día!! Un cálido saludo.
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