Revisión de un relato de octubre de 2016
Agazapada la mirada en el horizonte entre el cielo nuboso y el plomizo mar, diríase que toda ella, sin excepción posible, logra disiparse en el infinito, como si se hubiera reducido a su propio mirar. Tal experiencia de fusión casi simbiótica, entre su ser y su mirar, la proyecta en el espacio como un gas nebuloso o el rastro de un cometa que fue y ya no será. El solipsismo ha sido un devenir natural, ya que rebosante de soledad ha llegado a creer que no puede estar sola si no hay otros de los que se halle apartada. Y no percibiendo presencia ajena alguna, ni interior ni exteriormente, ha derivado en esa unidad única carente de sentido. ¿Qué hace ella en un espacio raro masticando las ausencias?
Así, solo le resta la disolución propia que la libere de un solipsismo quién sabe si real o delirante. Dispuesta a zanjar esa existencia anómala se afana en conseguir la huida mágica e infalible de quien quiere ser soplido como el viento sin dejar memoria, ni nostalgia, ni sufrir a nadie. Resuelta en vapores.