Conocerse para no dislocarse.

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FUENTE DE LA IMAGEN: https://www.3minutosdearte.com/seis-cuadros-un-concepto/picasso-y-la-disociacion/

Somos simples espectros de nosotros mismos. Lo cual no es más que la constatación de que fluctuamos entre quien queremos ser y quien podemos ser. En ese vaivén inevitable, confluyen nuestro querer y nuestro poder dando como resultante un ser siempre en la penumbra, de la que veces se ilumina un aspecto y en otras ocasiones otro. Así, podemos parecer próximos a lo que queremos para nosotros y los otros, y posteriormente aparecer ajenos, extraños, sin posibilidad de reconocernos.

Esta condición debería ser asumida por todos, ya que son antiguas las alegorías que nos caracterizan como un ente entre la bestia y el ángel, entre los monstruoso y lo bondadoso, …Y, a menudo, las figuras míticas encierran verdades difíciles de expresar conceptualmente.

Hace años leí un libro del filósofo y crítico literario Rafael Narbona “Miedo de ser dos” que me impactó. Años después, entiendo que todos somos, con más o menos intensidad, duales, a veces dicotómicos, y otras una síntesis conciliada consigo mismo.

Para las teorías psicoanalíticas esto es algo evidente, inclusive puede haber en nuestro interior fuerzas diversas y opuestas que luchen entre sí. Sin embargo, estas pulsiones contradictorias -las de vida y las de muerte- y la construcción del yo -más el influjo familiar y cultural mediante la presión del superyó-, pueden llegar a una cierta estabilidad. Lo cual, no obsta para que, en determinadas situaciones que nos producen regresiones muy primarias nuestro yo parezca mostrar su lado más oscuro, irracional e incomprensible para nosotros mismos, ya que “La conciencia de haberse dividido es indispensable para la búsqueda de lo auténticamente veraz, pero ese proceso de discernimiento, del que depende la integración del sujeto, implica un sufrimiento que no se puede sostener diariamente.”[1]

Es decir, bregar para mantener cierta estabilidad del yo supone un coste alto para algunos individuos, un sufrimiento agotador; en especial para aquellos que con más frecuencia se sienten divididos, como siendo uno y su alter ego, casi con simultaneidad. A menudo estas experiencias las padecen quienes por su sensibilidad y su capacidad de introspección son potencialmente capaces de identificar esa situación dicotómica, causa inmediata del dolor, aunque no causa primigenia.

En este sentido, esa lid entre lo que quiero -o creo que quiero por el influjo familiar y cultural- y lo que puedo -la potencia depende de los recursos interiorizados básicos recibido-, lo experimentamos todos, unos con una conciencia plena de lo que nos sucede, otros con la ignorancia de atribuir sus cambios de humor o estado de ánimo a su carácter, como si fuese algo inamovible.

Como ya se apercibieron los griegos el “conócete a ti mismo”, al menos socrático, es una necesidad imperiosa, no un capricho, si lo que queremos en última instancia es aceptarnos y vivir con cierto sosiego. La huida de uno mismo es una quimera, porque siempre, como bien sabemos, vayamos donde vayamos, ahí estamos esperándonos a nosotros mismos.[2]


[1] Lacalle de, A. “Híbrido” Adarve Editorial 2018. Pg23.

[2] Para quien le interese la cuestión, recomiendo dos lecturas: Roca Jusmet, Luís “Ejercicios espirituales para materialistas: el dialogo (im) posible entre Pierre Hadot y Michel Foucault. Terra Ignota Ediciones. Y Bravo Ceniceros, E. El cuidado de sí como genealogía del psicoanálisis. Antigüedad, Nietzsche y el psicoanálisis. Ediciones Navarra. UNBEVÚ. A parte de la novela “Híbrido” citada de mi autoría.

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