Se está produciendo un fenómeno, quizás aún incipiente, en las sociedades más ricas que ha despertado mi interés y creo que debería ser motivo de reflexión: la equiparación de los animales de compañía a los niños. Formulado así puede resultar algo extremado, pero detengámonos en algunos datos observables que son indicadores del fenómeno mencionado.
En primer lugar, debería quizás haber provocado más espanto social el trato preferente que se dio a los perros en comparación con los niños. En España, durante el confinamiento se tuvo en consideración que estos animalitos necesitaban seguir saliendo para hacer sus necesidades en la calle. Tener una mascota justificaba salir a pasear, lo que, evidentemente, produjo un aumento de adquisición de perros -en concreto- de alrededor del treinta por ciento. Nunca se tuvo en cuenta qué daño mental y qué tensión familiar provocaría tener a los niños encerrados en casa sin salir durante unos dos meses y medio. Se priorizó cagar y mear en la vía pública de los canes por delante de la necesidad primordial de que los niños corran, gasten la energía que tienen y puedan socializarse con los más cercanos, teniendo en cuenta que se truncaron las relaciones incluso con la familia más próxima, y por supuesto con sus iguales. Se aventuró con un rigor científico deplorable que los niños eran los principales transmisores del covid19 y sin miramiento alguno se castró el desarrollo durante un tiempo -que para un niño es una eternidad- de las futuras generaciones, de nuestros niños. Mientras, los perros y sus dueños campaban en calles desérticas a sus anchas como unos privilegiados. Cierto es que, tras la fase más aguda de la pandemia, el abandono de estos animales creció exponencialmente; un indicador nefasto de la cosificación e instrumentalización que hacemos de aquello que sirva a nuestros intereses. Lo más patético es que probablemente si tener niños hubiera proporcionado privilegios durante el confinamiento el número precipitado de adopciones hubiese aumentado, y a saber qué trato hubiesen recibido estos menores y qué hubiese sido de ellos tras el confinamiento -prefiero dejar de pensarlo-.
En segundo lugar, los jóvenes muestran una pasión y una adoración por los animales y en concreto por las mascotas que sería curioso analizar con la escasa distancia de la que disponemos ahora. El aumento del vegetarianismo y el veganismo es un hecho constatable. Según los propios protagonistas es una forma de boicotear a la industria cárnica por el maltrato que dan a los animales y por la alta contaminación de estas industrias. Adoptar estos hábitos alimenticios es contestatario, a lo mejor creen que revolucionario sin haberse detenido a pensar cómo ha aumentado la producción de ultra procesados que simulan y sustituyen, manteniendo al máximo las formas tradicionales, esos alimentos cárnicos que rechazan. En el mercado los alimentos vegetarianos y veganos se están convirtiendo en una nueva industria que, mostrándose como respetuosa con el medio ambiente, valdría la pena analizar qué efectos contaminantes está teniendo y cómo ha diversificado los productos de consumo sin afectar al mismo, al revés incrementando tal vez sus ingresos ya que acostumbran a ser alimento más caros.
Asimismo, muchos jóvenes antes o tras independizarse tienes mascotas -nos asombraríamos si conociéramos las especies que han pasado a formar parte de esta categoría-, que supone un coste difícil de mantener, pero que se esfuerzan por asumirlo cuidándolos como si fuesen sus hijos. Los gastos de veterinario, de alimentos especiales producidos para estas mascotas, los juguetes con funciones estimuladoras y la figura del etólogo o psicólogo para animales están pasando a ser elementos básicos de la cotidianeidad de muchos jóvenes. Resumiendo: gatos, perros, conejos, hámsteres comparten la vida con esos jóvenes que ya viven con recursos limitados pero que se sacrifican para cuidar en un sentido muy amplio de sus mascotas, que parecen haber pasado a ser sus “hijos”. Al menos, cabe decir, que supone un cierto aprendizaje de lo que es hacerse cargo del cuidado de otro, y esto es en sí positivo.
Esta última afirmación, aunque pronta, entiendo que responde a necesidades más profundas que no pueden ser satisfechas. Sabemos que la posibilidad de independizarse de los jóvenes es cada vez más escasa. Las formas de lograrlo han cambiado sustantivamente, ya que o bien viven en pareja y entre los dos pasan el mes tocando el poste, o comparten piso entre varios amigos, o a veces desconocidos que reduce los gastos finales de mantenerse, debido en gran medida a la precariedad de los sueldos y al inasequible mercado inmobiliario.
Si las circunstancias son estas: tardía emancipación del nido familiar, sueldos bajísimos que no permiten en solitario asumir el coste de un alquiler y los gastos de suministros de agua y energía, una gran incertidumbre del mercado laboral y abandono forzado de la idea tradicional de estabilidad, … ¿cuándo y bajo qué circunstancias podrán los jóvenes que así lo deseen tener hijos? Evidentemente la respuesta es variable, pero sí se mantiene la constante de que la media de edad es cada vez más tardía y que la natalidad desciende irremisiblemente[1]. Los datos que se aportan son del año 2020 en los que la pandemia pudo hacer sus estragos, aunque estos repercutirán de forma más evidente en el año posterior. No obstante, la tendencia es no varía.
En relación con el objeto del presente artículo, nos interesa destacar que la parentalidad es tardía y el número de hijos muy bajo. Estos hechos ya no son coyunturales, sino que responden a las formas y condiciones de vida de las sociedades. Así, las mascotas son “sustitutivos anticipatorios” de un deseo que no puede ser satisfecho a la edad que se decida, sino que los futuros padres/madres apuran al máximo la edad en la que tienen el primer hijo, teniendo en cuenta que no comporte un riesgo para la salud del bebé aplazarlo al límite.
No obstante, como todo acaba teniendo consecuencias deseadas o no, la dedicación y el vínculo que las generaciones jóvenes establecen con sus mascotas simboliza el que de hecho mantendrían con su descendencia, hasta el punto de que, no es extraño, entre parejas se dirigen a sus animales en relación con el otro miembro de la pareja con los apelativos de “papá” y “mamá”. Algo que para generaciones anteriores puede resultar incluso preocupante, se está normalizando en los jóvenes y el efecto inmediato es esa equiparación que sugeríamos al principio entre mascota/hijo. Mientras se crean servicios impensables hace años para las mascotas -incluso hay comercios que tienen un enser disponible para que los perros beban en la entrada. Ante lo cual me he cuestionado si tienen agua potable a disposición de los niños que puedan pasar por allí-, los niños van pasando a un cierto segundo término porque parecen “un bien de consumo inalcanzable”. Para saciar esta carencia el sistema proporciona una parentalidad pronta, con menos carga económica y responsabilidad, que está llevando a una equivalencia el hecho de tener una mascota al de tener un hijo.
Lo curioso es que ante un problema no solo individual, sino de pirámide demográfica en los países más desarrollados, que pone en peligro el relevo generacional en el sistema económico, el capitalismo de consumo es tan raudo en dar respuesta a necesidades emergentes que cuando queramos tomar conciencia de la situación, estaremos elaborando la declaración de los derechos de los animales de compañía, creando guarderías para que no pasen tantas horas solos y ves a saber qué más.
Con el máximo respeto a todas las formas de vida, creo que desde una perspectiva ética no es ni por asomo tan reprobable y repugnante abandonar a un niño a su suerte en la calle que a una mascota. Mientras la sensibilidad moral generacional reaccione ante estos hechos con una repulsión más contundente al abandono de niños, que al abandono de mascotas es que aún no hemos perdido del todo el norte. Porque, aunque sea este un supuesto exagerado, la sociedad y lo humano estarán sumergidos en un grave problema en el momento en el que se homogeneicen ambos hechos. Si no hay una clara distinción axiológica hemos perdido conciencia de nuestra propia conciencia y condición, aunque sea absolutamente condenable el abandono de mascotas que han sido cosificadas para conveniencia puntual que quien las ha acogido.
Querría dejar claro que no estoy en ningún momento responsabilizando a los jóvenes o la generaciones que vienen de un fenómeno que, como aseguraba es aún incipiente, tiene lugar por la conjugación de una serie de factores que ellos han heredado, no elegido; y que, como ave rapaz, el capitalismo de consumo lo percibe antes que nadie y acaba no solo satisfaciendo la necesidad que emerge, sino que pone todo su esfuerzo en expandirla y generalizarla, para abrir nuevos mercados, nuevas vías de consumo que creemos responden a necesidades básicas.
Es una reflexión abierta, pero que hace un cierto tiempo que me inquieta.
[1] https://www.ine.es/dyngs/INEbase/es/operacion.htm?c=Estadistica_C&cid=1254736177003&menu=ultiDatos&idp=1254735573002
No lo voy a juzgar, pero el fenómeno que describes está ahí. Los perros van al psicólogo, al fisioterapeuta, tienen espacios de juego para ellos, y sus dueños los miran con arrobo de padres mientras corren o interactúan.
Y ya es un dato comprobado que en algunas ciudades hay más perros que niños.
Un saludo, Ana
Me gustaLe gusta a 1 persona
celebro que al menos lo hayas constatado como yo, sobre todo el vínculo que se establece. A mí me parece preocupante: disolvemos el sexo y ahora las especies, con tanta disolución vamos encaminados a la nada, ya lo vio Nietzsche. Gracias por leer y comentar
Me gustaMe gusta
Tengo la impresión de que existe una conjura planetaria en contra de la reproducción humana. Ya somos demasiados en este planeta y la Tierra no da más de sí. Por tanto, hay que evitar en lo posible la reproducción y de paso, eliminar a algunos de los que sobran.
Y ahí vienen todos esos movimientos, tendencias, modas y también enfermedades raras, que aparecen de pronto y se llevan por delante a unos millones.
Y de paso el mensaje subliminal de que lo guay, lo cool, es ser LGTBI y en vez de un niño (que es difícil, complicado, caro o ilegal, depende) es mejor tener un perro.
Y ahora viene una vuelta de tuerca más: EL METAVERSO.
Un invento que va a dar mucho dinero a unos pocos, y seguro que encontrará muchas utilidades, pero que tiende a encerrar a millones de personas en su casa para que «jueguen» con un mundo irreal en el que ellos son los emperadores. Un aislamiento voluntario.
Así, de paso, se aleja aún más al ciudadano de la política y queda como un mero estorbo necesario.
Yo, ni tengo perro, y además, odio TODOS los juegos.
Me gustaLe gusta a 2 personas
Muy buena entrada y reflexión.
Hace poco, hablé con mi padre del tema y ambos llegamos a la conclusión de que el tema mascotas, lo han metido los mismos que suben todo…
Es un gasto más para la clase obrera, y el perro es el mayor símbolo de obediencia ciega y fidelidad…
Lo dejo ahí, que quiero desarrollarlo más en una entrada 😉 jeje
Un abrazo ^^
Me gustaLe gusta a 1 persona
Es la disolución del individuo.
Me gustaLe gusta a 1 persona
Totalmente de acuerdo. Los dueños de perros se dirigen a ellos cual hijos, sobrinos o nietos. «Vete con la yaya», «te dejo con la tía» o «ven con mamá » son algunas de las frases claramente indicadoras de lo que expones.
Este mundo ha perdido el norte y que quede claro que no es ir en contra de los animales, pero desde luego está situación indica que algo está fallando.
Me gustaLe gusta a 1 persona
Seguro que las carencias económicas influirán a la hora de decidir emprender el camino de tener niños, pero esa causa no puede ser la única. Nuestros abuelos, esos que no podían tener mas que un par de zapatos para los días de fiesta, a costa de trabajo y sacrificio, emprendían la ardua tarea de formar una familia porque tenían interiorizado que era lo que debían hacer. Eso si, ellos nunca habían estado de vacaciones o habían ido a comer a un restaurante. La mascota quizá entre algunos jóvenes se haya convertido en una manera fácil de dar salida a la pulsión de crear una familia sin tener que asumir la responsabilizad total y de por vida que supone tener un hijo. Sería interesante conocer si esta explosión en la adquisición de mascotas se produce también en sociedades mas pobres que nosotros. Seguro que cada situación particular tendrá sus causas, pero en algunos casos no reflejaran solo causas loables (como la adopción de mascotas para permitir salir a la calle en tiempos de pandemia que señalabas…) Interesante temática con amplias repercusiones sociales. Un cordial saludo Ana
Me gustaLe gusta a 1 persona
¡No hay nada sagrado para estos filósofos! ¿Mascotas o hijos? ¡Voto a Buda y rasgo mis vestiduras! ¿Saben cuanto cuesta criar un niño hoy día y para que sea todo menos esa fantasía que me contaron en Walt Disney? No, una mascota es fiel, acompaña, no necesita mucho mantenimiento, es la educación básica… no va a chocar tu coche, ni a pintarse el cabello, ni a ir al equipo contrario del abuelo , ni va renegar de San Narciso, se va a vestir con esa ropita que una abuela psicópata cose en su casa llena de gatos vestidos como los de juegos de tronos, ¡Por Dios! Cada quien su perversión mis estimados filósofos…Mi otro Yo que se siente aludido por su escorpión mascota que saca a pasear todos los días…sorry
Me gustaLe gusta a 1 persona