Los que nos dedicamos a la Filosofía, de una manera u otra, podemos caer en una flagrante contradicción: predicar la necesidad de la reflexión y el análisis de cuanto acontece para, distanciados de la presión del ocurrir, desvelar los mecanismos implícitos, u ocultos premeditadamente, que nos domeñan y anulan como individuos críticos, y simultánea e incoherentemente -como decía- existir centrifugados en ese sistema acelerado que no nos permite sostener distancia alguna de nuestro ver el mundo.
Lo expuesto se basa en un primer argumento: como individuos sujetos a las condiciones de existencia del sistema económico, social y político nos vemos obligados a buscarnos los medios de subsistencia que no nos permiten ese trabajo sosegado, reflexivo y lento que exige nuestro espacio mental para desmenuzar lo observado, buscar en los que nos precedieron o en nuestros contemporáneos incursiones analíticas relevantes, y elaborar como resultado un diagnóstico de lo que hay, parar repensar en qué condiciones podrían producirse mejoras para la existencia de los individuos.
Por el contrario, muchos se encuentran sometidos a una exigencia de producción de artículos que los acrediten como investigadores, o de publicación de libros que, si rentan mejor, provocando una cierta ceguera sobre cuál es el auténtico objetivo de la Filosofía. Cierto que en este último aspecto no hay unanimidad, sería otra sorprendente paradoja, pero creo que nadie negará que el ejercicio de la filosofía requiere de cierta paz de espíritu que, zafándonos de las urgencias que de forma contingente se producen, nos sitúe en una posición aventajada de otear desde fuera lo que está sucediendo, el porqué, qué carencias tenemos los individuos, qué necesitamos para que la existencia sea digna -en un sentido amplio del término- y qué dinamismo ondea bajo nuestros pies, poniendo a prueba nuestro equilibrio, para ser capaces de asumir que el flujo del acontecer no hay que detenerlo, sino intentar que se produzca en los márgenes de lo que aceptamos como propio de la dignidad humana.
Dicho en otros términos, bajar al ruedo a enzarzarse en contingencias solo contribuye a que los filósofos nos diluyamos entre los que sí deben lidiar en el campo de batalla. La lid filosófica se halla en las condiciones de posibilidad que deben ser aceptadas y actualizadas para que el dinamismo sistémico no provoque exclusiones sociales que acaban convirtiéndose en deportaciones de vida.
Por poner un ejemplo, y aterrizar en lo que sucede: si en los enfrentamientos geopolíticos por la hegemonía económica el filósofo cae en maniqueísmos, o se decanta hacia un eje del bien y un eje del mal, está perdiendo la perspectiva filosófica. Su tarea no puede hundirse en el barro y perder legitimidad y credibilidad, porque entonces se convierte en el sustrato teórico que legitima determinadas ideologías.
Si se quiere hacer una lectura tendenciosa de este texto podría acusárseme de una quiebra entre lo filosófico y lo materialmente real, como si estuviese abogando por una metafísica del presente, que prescinde de lo rabiosamente actual. Nada más lejos de lo que pretendo expresar con más o menos torpeza. Lo fundamental es que la filosofía no puede quedar absorbida por las circunstancias o coyunturas que se producen a consecuencia de un determinado engranaje sistémico, sino que debe poner de relieve de qué manera ese sistema está generando lo que sucede y cómo sería posible que el acontecer cambiara en beneficio del individuo-comunidad, dadas otras estrategias o engranajes que protegieran como fin el bien común[1], y por ende el bien de los individuos que necesitan encontrar el quid de la existencia, y unas condiciones de vida para ello.
Si la economía depende de nosotros, nosotros podemos ser entonces los actores fundamentales del cambio y la transformación (y no solo un Estado con capacidad de regular las finanzas).
Franco Berardi (Bifo) es filósofo, escritor y teórico de los medios de comunicación.
[1] El bien común, cuyo contenido es controvertido, no debe identificarse con los que las sociedades actuales enjuician como éxito o fracaso. Tal vez porque no son esas las aspiraciones auténticas de los individuos pueden valorarse como prioritario el bien de la comunidad, porque sin el bien d ellos otros el de cada uno es una falacia ciega.
¿Pero cómo abstraerte de tu propia herencia y todo lo que conforma tu ideología? Quizá el tomar conciencia de esa influencia sea el primer paso, un cordial saludo.
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Sin duda, gracias!
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