La palabra escrita o «el papel lo aguanta todo»

La escritura nos permite traspasar los límites que en la existencia no somos capaces de traspasarlos. Esta impotencia puede tener diversas causas: no considerar licito hacerlo, tener miedo a cruzarlos, no poseer la claridad suficiente para discernir si queremos o no cruzarlos.

Sin embargo, la literatura es ese ámbito en el que la libertad de pensar y actualizar lo fantaseado puede saltarse cualquier cautela. Fagocitamos cualquier prohibición -moral, legal, social-, nos regocijamos en esa absorción que la dinamita, y nos desplazamos por un ámbito ilimitado de posibilidades, solo acotadas por nuestra imaginación.

De esta manera, el arte de la palabra escrita, que puede ser ornamentada como mera ficción, se convierte en una catarsis extraordinaria. Tras haber realizado cualquier pensamiento, el desahogo, cierto sosiego nos invade, como si ciertamente hubiésemos sido protagonistas de una rebelión íntima, que ha explosionado devastando cuanto a nuestro alrededor nos parecía insoportable. No sostenemos durante un tiempo beneficiándonos de nuestra ficción, esa que anhelábamos que fuese real.

Mas como todo es caduco, pasado un tiempo, sentimos la necesidad de recrear la existencia en nuevas ficciones que nos alivien de nuestra reprimida y contenida existencia. Ahí, nace otro nuevo relato literario, una nueva purga que nos permitirá seguir existiendo en un entorno sin márgenes de libertad.

El humano es, quien es -me permito el uso sustantivo del universal, en aras de mayor claridad- por la palabra, el logos, esa rara simbiosis entre el pensar y el hablar mediante un constructo simbólico que nos posibilita no implosionar ni explosionar, manteniendo una apariencia de comunidad organizada para el bien común.