Mujer y maternidad

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La maternidad es una potencia propia y exclusiva de las mujeres -y no entraré en cuestionarme qué es ser mujer porque para lo que me interesa todos lo tenemos claro, y no querría perderme en reflexiones que rozan la extravagancia y en absurdo-

La naturaleza no es patriarcal, porque no responde a esos conceptos humanos, y lo que de ella hemos recibido es una forma de reproducción sexual en la que interviene, en un principio, dos individuos con diferentes características biológicas según su sexo y sin la participación de ambos esta no tendría lugar. Ciertamente una vez producida la fecundación la mujer es quien asume por imperativo natural el protagonismo en la gestación. A partir de este hecho meramente biológico, la cultura y la mente humana ha hecho del sexo algo distinto de la reproducción, pero no a la inversa -sean las tecnologías que sean que se usen- han mirado el sexo de forma nueva, eróticamente y ocupa en la vida de los humanos un lugar diferente de la reproducción, aunque en muchas ocasiones la práctica del sexo exija tener en cuenta evitar la fecundación.

Bien, lo que aquí me interesa es que la mujer es posible madre, que debe ser algo bien distinto de ser padre a nivel emocional. El hecho de que de tu cuerpo se desprenda una parte de ti que pasa a ser una personita diferenciada, es una experiencia inenarrable y, por ello, presupongo que distinta de la de ser padre. El compromiso que desde la fecundación asume la mujer en la gestación es tan grande que la condiciona física y mentalmente.

Y, ahí, debe encuadrarse la reflexión que haré a continuación. La maternidad, que tiene momentos resplandecientes y otros duros y más oscuros, puede acabar convirtiéndose en una cualidad sustancial de la mujer que ha sido madre. Obviamente, esto debe ser una elección no una costumbre social, y como decisión debe asumirse con la responsabilidad que implica. Todas tenemos la posibilidad de no ser madres, eso no hay que olvidarlo nunca.

Las que lo somos, no podemos disociarnos de esa decisión porque la implicación de esa vida que llega a alcanzar autonomía y personalidad propia nunca deja de ser un pedacito nuestro -o un gran pedazo-. Sin embargo, como casi todo en esta existencia, debemos aprender a cortar ese cordón umbilical para que crezcan y se valgan por ellos mismos. No es tarea fácil. Primero porque eso supone que ellos tienen su propia vida en la que el papel que tenemos las madres empieza a ser secundario, y a veces, cuanto más distante mejor. Aunque sintamos que estamos viviendo su vida emocionalmente y nos cueste evitarlo porque son parte de nosotras, debemos hacer esa gesta de soltarlos y presenciar cómo toman sus decisiones y cómo aciertan o se equivocan por sí mismos, a pesar de que la madre creyera verlo clarísimamente, hay que dejar que su existencia sea de ellos.

Lo problemático para las madres es que, aún habiendo conseguido desprenderse para que crezcan, seguimos sintiendo y viviendo sus dolores y sufrimientos como si fuesen nuestros, pero con el gran inconveniente de no poder intervenir más que discretamente cuando se nos demande. Entonces podemos responder que sí o que no, mas ¿qué madre es capaz de decir que no a un hijo que le demanda ayuda? Seguramente muy pocas.

De ahí que afirmara que seguimos viviendo su vida, aunque supuestamente no sea así. Y que nuestro destino es sufrir infructuosamente para todos, empezando por nosotras mismas.

Cómo se vivencie esto desde la paternidad solo puede ser manifestado por un padre, cuya experiencia insisto es notablemente diferente a la de la madre.

Teóricamente podemos argumentar abundantemente el rol que la madre debe asumir en cada etapa de la vida, pero la experiencia es desgarradora y de poco le sirve a una madre lo que debería hacer cuando la urgencia de lo que le demandan la dejan inerme, a la intemperie y solo puede reaccionar volviendo a proteger a ese ser que se desprendió hace ya muchos años del interior de su cuerpo.

Por supuesto que hay madres que nunca ejercen como tales, por las razones que sean, pero de lo que aquí se trata es de cómo ser madre es una decisión que compromete, no unos años de tu vida, sino tu vida por completo. ¿Quiere eso decir que la mujer/madre no puede tener su propia vida? No, en absoluto. Pero sí sucede que las circunstancias ponen muy difíciles, a veces, priorizar tu vida, prescindiendo al máximo de lo que tus hijos te demandan, sea el momento oportuno o no, nos toque cumplir ese papel o no.

Desearía aclarar que he utilizado por simplicidad en universal genérico, que lo performativo no puede ser aplicado siempre, como si un deseo universal se impusiera por el hecho de decirlo. Que las madres son mujeres, porque tienen un aparato reproductor que las capacita para ello, que las cuestiones de género son culturales e importantes para muchas personas, y merecen ser respetadas, pero que quien es madre es biológicamente mujer, al margen de cómo se perciba a sí misma -y por supuesto de las filigranas tecnológicas que se puedan llegar a utilizar-.

El objetivo de este artículo es poner sobre la mesa el vínculo permanente y el compromiso de por vida de quienes deciden ser madres. Las dificultades de llevar a cabo lo que debería hacerse ante situaciones concretas y la alianza de por vida que una madre adquiere con sus hijos -no al revés, ya que ellos son el resultado, hemos supuesto, de la voluntad de la madre-.

Dejo, pues, en la pluma de otro, la expresión de la experiencia que constituye ser padre, de la cual solo puedo hablar externamente, y esta es una experiencia principalmente interna.

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