Siento un cosquilleo cuyo surco desemboca en mis labios arqueando una sonrisa que ilumina mi rostro, y ahí resto encandilada. Mas, al apercibirme de que ese hormigueo no es sino tu cauta, silente y discreta retirada se desorienta mi mente, confusa y turbada hasta que aprehendo que el roce de tus dedos me advierte de que no haces más que surcar las leyes de la naturaleza. Y te toca partir, y ya nunca serás ese niño expresivo que me adoraba, porque crecer es ir siendo quien en cada momento se es. A nadie le pertenece la vida de otro, casi ni la propia; así que despega sin mirar atrás, más que para sonreír a quien soy, yo ahora, que también he cambiado y voy siendo la que ineludiblemente soy.
Me esfuerzo con tesón en sajar ese cordón simbólico que nos unió, porque mi voluntad es que vivas, sin lastres; aunque mi deseo me traicione y me embadurne de melancolías absurdas que no nutren a nadie.
Debo reaprenderme, tal vez algo que en los hijos se produce con un impulso espontáneo que hay que orientar, en las madres hay una inercia al apresamiento, una negación a la renuncia de quien tan apegada tuvo que permanecer largo tiempo. Así que, se precisa un denuedo extraordinario para dar paso al acontecer que se da en la autonomía y autosuficiencia de esos retoños de antaño.
Como siempre lidio con lo que debo, y por ti venceré. Vuela.