Una madre no es simplemente la que pare al hijo/a. La vinculación biológica es decisiva para la relación que se desarrolla posteriormente; pero para que ese vínculo materno/filial pueda tener lugar con lo que se denomina un apego seguro, hay que estar presente, una vez se ha dado a luz, para los hijos. Y no cualquier forma de estarlo es beneficiosa para el recién nacido, niño, adolescente y adulto que será después.
Es cierto que la ausencia de la madre biológica deja una huella, aunque se haya sustituido por padres adoptivos amorosos, en el neonato que a lo largo de su vida será siempre como un vacío, un interrogante que en muchas ocasiones no tendrá respuesta. Sin embargo, la presencia de una madre incapacitada por adicciones, trastornos mentales u otros factores puede ser demoledora. Depende del cuidado que esa madre sea capaz de proporcionar a sus hijos, de su esfuerzo por no contaminar a sus descendientes de las lacras que arrastra y que le dificulta ejercer de madre de forma espontánea y natural.
Obviamente, todas las madres tienen sus limitaciones, no hay “madres perfectas”, porque somos humanas, como no hay “padres perfectos”. Teniendo esto en cuenta, recuperamos el caso de aquellas madres que por incapacidades propias no son fuente de confianza, apego y desarrollo de sus hijos.
Y, por desgracia, la patología de alguna madre puede consistir, a veces, no es la búsqueda del bienestar de sus hijos, sino de su propio bienestar a costa de sus hijos; a los que utiliza, engaña, manipula y consciente o inconscientemente pone a su servicio de por vida, para satisfacer su propio cuidado -quizás el que ella misma no tuvo-.
Hoy día de la madre, no sería realista mostrar esa figura idealizada que entrega su vida por sus hijos. En primer lugar, porque habría que escudriñar qué significa eso de dar la vida por alguien, y en segundo lugar porque ser una buena madre no consiste en perder la propia identidad en pro de la maternidad.
No obstante, como tendemos a oscilar de un extremo a otro, y eso del justo medio de Aristóteles se nos da muy mal, tampoco se es una madre responsable cuando se traen hijos al mundo y no se ven afectadas en nada las aspiraciones profesionales de la madre -y por supuesto del padre-. Con esto nos referimos en que quien decide tener hijos, ahora hablamos de las madres, debe estar dispuesta a poner en un segundo plano durante un tiempo sus proyectos profesionales para hacerse cargo de la vida que acaba de traer al mundo. Existe siempre la opción de no ser madre, porque esta ambición de la subjetividad como eje del mundo no puede llevar a quererlo todo sin renunciar a nada. Hay madres que durante los primeros años reduce su actividad profesional para cuidar de sus hijos, y posteriormente la retoma. ¿Ha perdido puntos en la competitividad del mercado? Sí, pero siempre podría haber renunciado a la maternidad, y los puntos los hubiese perdido en esa renuncia. Si nada cambia en la vida de una madre al convertirse en tal, es que a su hijo lo está criando otro/a. Esto que exponemos es absolutamente válido para el padre, aunque se da la circunstancia de hoy es el día de la madre, y, además, que quien amamanta al bebé es la madre y no solo tiene una función alimenticia sino en los primeros meses afectiva. La separación del bebé del útero materno es una experiencia inimaginable para un bebé que debe acomodarse a un medio extraño y a quien le debe ser tranquilizador el contacto con la madre que lo ha parido y que es capaz de reconocer entre muchos brazos que puedan cogerlo. Es un privilegio que tenemos las mujeres, las que pueden gestar porque no hallan ningún impedimento médico para ello.
Así es que, hoy queremos felicitar a los que ciertamente han tenido madre. Han experimentado un vínculo único que les catapulta al mundo para ser capaces de establecer otros vínculos de confianza sin los que los seres humanos no podemos vivir con cierta plenitud.
Y, en especial, quisiera brindar un homenaje a aquellas madres que, contra viento y marea, solas y trabajando para subsistir -no para realizarse- han sido capaces de asumir su responsabilidad -con sus limitaciones como todos- y entregar su vida a sus hijos porque siempre los han tenido en cuenta a la hora de decidir sus pasos, creyendo hacer lo mejor para ellos. Son las madres coraje que, incluso cuando los padres se desentienden de las criaturas, siguen allí asumiendo y haciendo lo que los cobardes de los padres no han podido asumir, más que en visitas pautadas y en el mejor de los casos, contribuyendo con una pensión para los hijos.
Esas son hoy, las madres que se merecen el mayor de los reconocimientos, por su tesón, convicción y apego a esos hijos por los que siempre ha luchado. Si ser madre es siempre difícil, serlo en condiciones totalmente adversas y que sus hijos tengan hoy una vida digna es para guardar silencio conmovidos por la admiración que esas madres deberían despertar en nosotros.
Querida Ana, ¡feliz día de las madres!
Un abrazo.
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