El conflicto en la política.

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Puesto que habitamos un espacio democrático la pluralidad, la diversidad en cualquier rasgo o condición del humano y entre los grupos humanos están presentes, precisamente como signo de la democratización social.  La concepción del sexo y el género, las culturas que conviven y la misma concepción de lo que debería ser la sociedad ocupan lugares colindantes o incluso se superponen dando lugar al conflicto.

En consecuencia, el conflicto es un indicador claro de la salud democrática de una sociedad. La cuestión es ¿qué hacer con el conflicto? ¿disolverlo? ¿aunar posiciones? ¿convivir desde la discrepancia llegando a acuerdos?

Quizás, el primer paso sería asumir como sociedad que la presencia del conflicto es necesaria, precisamente para que haya cambios, fluyendo formas de vida diversas que garantizan esa diversidad de la que hablábamos. Ahora bien, en pro de una comprensión tal vez más ajustada a lo que de facto sucede, cabría diferenciar: el conflicto en la política y de éste en lo político.

Así, el conflicto en la política, que se manifiesta como los enfrentamientos entre los partidos, supuestamente representa esa pluralidad democrática. Más allá de esa representatividad y su autenticidad, los conflictos se convierten en disputas de “patio de colegio”, en los que no se dialoga casi nunca de los problemas de los individuos en el espacio social ni de las respuestas que los representantes deben proponer como una diversidad de alternativas para minimizar los problemas empíricos, los que se dan de facto.  Los parlamentos se asemejan a espectáculos esperpénticos en los que solo se lucha por demostrar el poder y tumbar, al contrario; como si en lugar del espacio de diálogo por excelencia, los parlamentos fuesen un ring de boxeo.  Al margen de los problemas que conlleva la representatividad ciudadana mediante los partidos políticos -que sería extenso analizar aquí-, lo cierto es que estas organizaciones han perdido el norte y se rigen por el darwinismo político, olvidándose de su auténtico cometido. Las auténticas decisiones se toman fueran de las cámaras de representatividad, mediante intercambios de favores, más que de pactos propiamente, y bajo la tutela de los organismos internacionales que son los que de facto concentran el poder económico, y por ende político. Esto lo estamos vivenciando nuevamente ante las inminentes elecciones municipales y autonómicas en el estado español.

La política es un ejercicio teórico-práctico -sin análisis y reflexión previa sobre cómo mejorar la vida social no hay más que desatino- y en este sentido la Filosofía puede constituir un referente, pero nunca diluirse en ella, porque perdería su potencial crítico al convertirse en ideología. Respecto de la función que debería tener la Filosofía en la política hay obviamente discrepancias, sin embargo, y aquí entra en juego la otra acepción del término conflicto, lo filosófico debe hundirse en lo político, pero no en la política. Es decir, lo político designa las condiciones en las que sería posible convivir, interdependientes de forma justa y digna, y aquí la indagación filosófica debe desplegar su poder crítico, cuestionar, reconceptualizar y establecer en qué condiciones necesarias puede darse una política del conflicto sana.

Es decir, lo político es objeto de la reflexión filosófica solo en cuanto ésta busque aquello sin lo cual no hay auténtica convivencia entre individuos, vinculados por su interdependencia y la constatación de que lo deseable común es, a la larga, lo deseable individual. Aquí, sí tiene un cometido primordial la filosofía que debe establecer los márgenes mínimos y máximos en los que puede tener lugar un espacio democrático, y en consecuencia la figura del filósofo, como en la actualidad han sostenido Vattimo, Badiou -entre otros- implica una praxis que impulse y promocione las sociedades democráticas, evitando quedar encapsulado en una ideología política, ya que éstas son en su manifestación empírica instituciones que se convierten en el fin y se olvidan de lo político, cosa que nunca debe sucederle al filósofo, porque dejaría de serlo. De esta forma los conflictos pueden suponer una puja entre la diversidad de colectivos por convencer a los otros y alzarse hegemónicamente, o bien aceptando las discrepancias y respetándolas llegar a consensos sobre las cuestiones básicas que afectan a todo individuo, esté incluido o no en algún grupo.

Recopilando lo expuesto: La política como ejercicio de los representantes democráticos debe acudir a la reflexión filosófica sobre lo político para no tensar ni lastrar los márgenes de lo democrático, y por lo tanto para gestionar el conflicto generado por la pluralidad y diversidad del espacio democrático. Y esta gestión, para que no sea darwinista y vele por el ya denostado bien común, debería mediante el diálogo buscar consensos imprescindibles en las democracias relacionales que se intentan gestar desde la base social.

En conclusión, pretender evitar el conflicto en la política es negar la pluralidad, además denota una ausencia de reflexión sobre qué condiciones necesarias deben darse para que lo político, la construcción de la ciudad democrática sea posible.

Urge, no obstante, despreciar las prácticas políticas que se reducen al enfrentamiento para desacreditar, al contrario, sin profundizar en lo que se ha encomendado a los representantes que es ocuparse de los problemas sociales que se producen de facto con una perspectiva amplia, y en cooperación no con sus enemigos, si no con los otros que con una mirada distinta pueden contribuir a la mejora de la vida de las personas. Si el punto de partida continúa siendo que el Otro, el distinto a mí es mi enemigo, el conflicto no será fuente de creatividad porque no hay voluntad de repensar lo político, sino de enquistarse en esas batallas de besugos que no llevan más que a ensuciar y hundir el modelo democrático como una forma de organización social deseable.

Plural: 3 comentarios en “El conflicto en la política.”

  1. Cierto, Ana; la política es un ejercicio teórico-práctico sin análisis ni reflexión previa; y en este sentido la Filosofía puede constituir un referente, porque lo filosófico debe hundirse en lo político, pero no en la política. Es decir, lo político es objeto de la reflexión filosófica solo en cuanto ésta busque aquello sin lo cual no hay auténtica convivencia entre individuos. Aquí, sí tiene un cometido primordial la filosofía que debe establecer los márgenes mínimos y máximos en los que puede tener lugar un espacio democrático.

    Es decir, la política como ejercicio de los representantes democráticos debe acudir a la reflexión filosófica sobre lo político; y esa reflexión debería, mediante el diálogo, buscar consensos imprescindibles en las democracias relacionales que se intentan gestar desde la base social. Aunque pretender evitar el conflicto en la política es negar la pluralidad, además de denotar una ausencia de reflexión.

    Por eso, urge, despreciar las prácticas políticas que se reducen al enfrentamiento para desacreditar al contrario que con una mirada distinta pueden contribuir a la mejora de la vida de las personas. Si el punto de partida continúa siendo que el Otro, el distinto a mí es mi enemigo, el conflicto no será fuente de creatividad porque no hay voluntad de repensar lo político, sino de enquistarse en esas batallas de besugos que no llevan más que a ensuciar y hundir el modelo democrático como una forma de organización social deseable.

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  2. ¿Filósofos en política? Creo que un cierto Platón terminó picando piedra por pretender «educar» a cierto tirano y desde entonces la tendencia se mantiene entre ambos ámbitos, a los ingenuos filosófos se les olvida que en política se busca «imponer» (en palabras de mexican politic: «Haiga sido como haiga sido») que dialogar, consensar y demás ideas tomadas de la terapia de pareja, que por cierto, no funcionan, así que los exhorto a entregarse a San Narciso y sus redes y olvidarse de todo, Amén and like , por favor…Hay días que no ´se cómo disculparme por sus diatribas sorry…besos al vacío desde el vacío

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