Estamos a finales de año. Son días en que, casi sin querer, tendemos a hacer balance de cómo nos ha tratado el año que se acaba. También, como por inercia, surge en nosotros la esperanza de que el que viene sea mejor -a no ser que el viejo haya sido excelente-. Al menos, así nos manejábamos hasta el año de la pandemia. Ahora, siendo más realistas y conscientes de cómo acontece lo que no desearíamos, casi nos conformamos con que el próximo año no sea peor, ni para nosotros particularmente ni para el mundo.
Si nuestra mirada fuese estoica, creeríamos que casi nada depende de nosotros y que lo máximo que podemos hacer es pulir la actitud ante lo que sucede. Sostener una distancia o indiferencia “sana” que nos permita reflotar en los momentos en los que parece que todo se hunde. Sin embargo, pocos podemos sostener esa apatía porque la condición humana, además de racional, es sensible y mantenernos distantes del padecer o sufrimientos ajenos para que nos afecten lo menos posible no está al alcance de cualquiera.
Me explico. Podemos mantenernos impertérritos ante lo que sucede en el resto del planeta -cada vez más por inconsciencia-, ya que lo percibimos como algo casi ficticio, que vemos en imágenes a través de pantallas, como muchas otras películas. Sin embargo, la tragedia pasea a nuestro alrededor o en nuestros hogares, y en esas circunstancias nuestra afectación varía sustancialmente. Hacemos de nuestros males algo absoluto, como si fuese el mal, o el peor de los posibles. Nos dejamos arrastrar por emociones que nos impiden observar y analizar lo que acontece con cierta equidad. Ahí, sufrimos a chorros y difícilmente somos capaces de darnos cuenta de que ese dolor que nos atiza es más común y universal de lo que creemos.
Es importante calibrar el peso de lo que sucede y dejar que nuestra sensibilidad sea solidaria con otros. No para sufrir más, sino para entender que el dolor es común, que puede ser compartido y que la apertura al mundo y a los otros sana más que perjudica. Ensimismarnos nos hace perder la perspectiva de la realidad, y creernos los más desgraciados del mundo.
Así es que, vislumbrando que el año que viene será duro, como muchos de los anteriores, lo que si podemos cambiar es nuestra actitud, no tomarnos demasiado en serio a nosotros mismos y ser más compasivos y generosos con los otros. Es un año nuevo que nos posibilita cambiar nosotros, sobre los demás ya lo dijeron los estoicos.

Dans le train qui nous conduit, je ne crois pas que la place où nous sommes assis ait été réservée par nos soins. Ce qui fait que l’itinéraire finit par ne plus dépendre complètement de notre choix. On est baladé plus qu’on ne rend quelque part. C’est donc un réflexe naturel de chercher dans ce qui va venir un changement par le biais d’un souhait.
Avec une complète absence de moyens les premiers hommes ont cherché une réponse au lendeman…
Bonne journée Ana.
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Feliz año 2024!!!!!!
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Buena respuesta mi comentario del post posterior, es lo que tiene no seguir el orden 🙂
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