Ser humano, demasiado humano[1] o ser humano, más humano[2], esta es la cuestión. La primera caracterización del humano es, como sabemos, el título de una obra de Nietzsche que subtituló “un libro para espíritus libres”. ¿De qué debía liberarse el humano? De ese modelo forjado por la cultura judeocristiana que hacía de él un ser
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Regresar a momentos del pasado que han sido claves para nosotros, no nos permite modificarlos en modo alguno. Sin embargo, a veces, no podemos evitar que la imaginación recree situaciones de forma bien distinta a como sucedieron. Nos deslizamos mentalmente por esa otra manera de actuar o reaccionar que hubiese sido viable, pero no fue
Vamos serpenteando para esquivar lo nocivo y dar con los remansos de vida que quedan, esos en los que la piel se nos eriza de emoción ante un rostro, una expresión o un gesto; y la sensibilidad -no anestesiada- distingue lo genuino, esos restos de autenticidad que quedan en algunas personas. Porque tras una existencia
Su espacio emocional era inmenso, excesivamente voluble y susceptible ante los gestos ajenos. Su inercia la com-pasión, esa capacidad de padecer con el otro por su sensibilidad empática. Y, coherentemente, la disponibilidad para sostener a los que sabía que estaban sufriendo, haciendo lo que fuese necesario para el otro. Sin embargo, esta naturalidad con la
La ternura es una emoción bien escasa en un mundo colmado de crueldad e insensibilidad, necesarias ambas para resistir a las contingencias ruinosas que suelen esparcirse por doquier. Pero, por fortuna, esos ínfimos, microsespacios en los que nos vemos atrapados por esa terneza vivificante, son reductos privilegiados que perdurarán en nuestra memoria emocional como un
La ternura es una emoción bien escasa en un mundo colmado de crueldad e insensibilidad, necesarias ambas para resistir a las contingencias ruinosas que suelen esparcirse por doquier. Pero, por fortuna, esos ínfimos, micros espacios en los que nos vemos atrapados por esa terneza vivificante, son reductos privilegiados que perduran en nuestra memoria emocional como
“El mal nos desvela la sustancia demoníaca del tiempo; el bien, el potencial de eternidad del devenir. El mal es abandono; el bien, un cálculo inspirado. Nadie conoce la diferencia racional existente entre uno y otro. Pero todos sentimos el doloroso calor del mal y la frialdad extática del bien.” Cioran, El ocaso del pensamiento
No dispondremos de capacidad alguna que no hayamos ejercitado con ahínco. Ni de su práctica mediocre, ni por ende de su excelencia. Así, el arte no es nunca producto de un don divino o mágico con el que se nace, sino la obra de una exquisita sensibilidad pulida, esforzada, trabajada que una y otra vez
El gusto por “lo bello” es el regocijo de una sensibilidad indiscriminada que se reconoció degustando lo más ruin de lo dionisiaco. Huyamos de la estética como refinamiento, ya que quien gusta por su sensibilidad está expuesto a cualquier paladeo.
Lo bello surge de la sensibilidad que genera emociones placenteras, lo siniestro de la que se irrita y produce emociones de rechazo y repulsa. Siendo la sensibilidad el anclaje de la estética, su reflexión debe aprehender las condiciones en que es posible una experiencia sublime.