Recupero, a raíz de las reflexiones que tuvieron lugar ayer en la MARATÓN FILOSÓFICA en relación a la cuestión del Perdón, un breve fragmento escrito en el año 2016. La relectura y revisión de este párrafo ratifica años después, que toda experiencia de la que no podemos distanciarnos para repensar su sentido y resignificarla para
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Un mazo desplomándose despiadadamente sobre la testa, sin herirla ni desangrarla. Un impacto simbólico sobre la consciencia, que la remacha hasta la iniquidad, desarmándola, despojándola de toda artimaña de defensa, para dejarla inerme y a la intemperie. Un brazo invisible – ¿anónimo quizás? – que mangonea hábilmente esa clava para pulverizar, irreversiblemente, la posibilidad de
Se suceden una serie de hechos que, incluso superpuestos, producen una percepción subjetiva de confabulación cósmica contra nuestra persona. “las malas rachas”, como vulgarmente se denominan, nos pueden llevar a la creencia en un fatalismo contra el que, obviamente, es imposible luchar. Tan solo cuando se detiene ese suceder persecutorio, respiramos, descansamos y esperamos que
Se puede palidecer a causa de espantos diversos: un virus inoportuno que sacude nuestro sistema inmunológico, un acontecimiento moralmente execrable …y también por un estado de temblor nuclear, ante la incertidumbre de qué hacer con ese pálpito que cobijamos en las cuencas de las manos que denominamos vida. Sea como fuere, lo que socava nuestro
Avezados en los entresijos de la existencia, no permanecemos por ello exentos de conmovernos ante la amplitud de lo posible que deviene acontecer. Y en ese perpetuo e imprevisible estar, podría acometernos una situación insólita, semejante a la que producimos oníricamente y que se no antoja inverosímil. Como, y a modo de ilustración, descubrirnos en
(…)Si es verdad que el mundo pide ser transformado es porque hay un sentido en la realidad que pide acontecer; pero si es verdad que ese sentido pide acontecer, es que su advenimiento se ve impedido de alguna forma. (…) He aquí, pues, por qué filosofar: porque existe el deseo, porque hay ausencia en la
La disposición con la que un individuo se sitúa ante la existencia, condiciona cómo los acontecimientos, más o menos previsibles o azarosos, devienen un infierno o una oportunidad casi salvífica. Un hecho puede precipitar el hundimiento y un final truculento, o bien mutarse en la ocasión de realizar anhelos, siempre pendientes; eso sí, con un
Contemplando, desde una atalaya que nos abstraiga, la travesía vital obtenemos la verificación de que está azotada de oleajes inevitables y de que nada podemos hacer contra lo que acontece; pero, tal vez, sí percibimos giros de timón errados, abandonos del control en momentos de desidia, que en absoluto han contribuido a reorientar esa travesía
Aguardamos instantes excepcionales y atípicos para que resurja la pasión, el entusiasmo, el frenesí, en un discreto intento de depositar el arrebato de vivir intensamente en lo que acontece. Pero, aun cuando lo externo nos reconforta con una apacible dotación benévola, es la forma en la que filtramos subjetivamente lo sucedido lo que concede un
Sin voluntad alguna de hacer un análisis psicopatológico, para el que no estoy cualificada, discurría como fruto de esa mirada filosófica con la que mi mente filtra lo que le rodea, que la paranoia persecutoria –psicosis en determinados casos- es una forma algo masoquista de gestionar la relación con el mundo. El paranoico se convence