La vulnerabilidad nos impele a sobrevolar nuestra propia existencia para no tomar conciencia de lo que sentimos. Nos parece que es la estrategia idónea para no sufrir, pero andamos algo errados. El equívoco subyace en la creencia de que, si no sentimos lo que nos acontece, logramos casi su inexistencia. Y junto a este intento
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La expresión “fuerza de voluntad” que se usaba, abundantemente, hace unas décadas, tenía una connotación racionalista. Es decir, se entendía que la voluntad fuerte era aquella que actuaba sometida a la razón, que, a su vez, era la que indicaba lo que debía y no hacerse. Era pues un concepto de voluntad con efluvios claros
¿Deberíamos proferir cánticos a la alegría? Sería una opción. Pero bajo la exigencia, desde la perspectiva de la filosofía, de estar ciegos o vendidos al mejor postor. No contemplo otras alternativas.
Renovamos momentáneamente la perplejidad por lo más nimio del mundo, cuando la mirada de un infante que gatea nos exige una visión simple y espontánea de las cosas. Súbitamente las piezas aterciopeladas con formas geométricas dejan de ser problemáticas para transformarse en ligeras saltarinas que se desplazan a cada manotazo que les propinamos y cuyo
“Como los grandes enemigos de la felicidad humana son dos, el dolor y el aburrimiento, la naturaleza también dio a los seres humanos una protección contra ambos: contra el dolor la alegría, y contra el aburrimiento, el espíritu. Sin embargo ambos no están emparentados, y en los grados más altos inclusos son incompatibles El genio

