El lenguaje nos traiciona, a menudo, porque, como bien sabemos, no hay posibilidad de convertir con propiedad lo que es, en un sistema simbólico. Entre la cosa y la palabra se da una distancia necesaria por cuanto no son mismidad. Bien, pues partiendo de esta constatación el lenguaje, y más el ordinario, nos traiciona, haciéndonos