Escupiendo culebras envenenadas que acierten alternativamente su diana, descargamos la inquina que nos horada. Sin embargo, esa rabia parece infinita: no se sacia, y desea más objetos que sean sus víctimas. Y es que, cuando el resentimiento y el odio borbotean en el interior, fluyen como reacción a un daño básico sufrido. Nadie, ni nada
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Hay una concavidad en el interior de cada uno que aloja una mezcolanza de rabia y rencor. Suele constituir una opacidad indescifrable de la que no poseemos conciencia, ni notamos su presencia. Tan solo ante determinadas reacciones, que nos sorprenden a nosotros mismos y que autocensuramos, esa amalgama busca recodos para su descompresión. La evacuación
La impotencia es una de las heridas del hombre moderno que genera una rabia incisiva contra un ente abstracto y difuso que es el denominado sistema. Porque, constatadas determinadas regularidades que dinamizan y permiten subsistir y desarrollarse a la referida y pesada estructura económico-social, el individuo se siente inmerso y naufragado en un gigantesco océano
Salvaguardados por las redes sociales y por identidades fatuas, algunos vapulean cínicamente a los que se muestran ingenuos y más débiles, usándolos como chivos expiatorios de su rabia, impotencia y cobardía en la vida no virtual.
La rabia es una emoción enamorada de la venganza
Rabiar, vertiendo a chorros ira y cólera, cuando el alma desentumecida puede evacuar la furia encendida sanea y encalma la disposición para afrontarla. No se desborda de vesania el corazón por naderías, sino por un dolor insostenible por intenso, pero indiferentemente sostenido en el tiempo. Así se fragua un volcán de lava candente, que echa


