Amagando intenciones y destrezas aparecemos como “otros”, distintos e impostados, ante los demás. Deslizamos una figura ajustada a las expectativas ajenas, para embaucar y ser de los suyos. Así nuestra apariencia se sustenta en un yo que, en la retaguardia, constituye la defensa mortífera contra un mundo del que no cabe fiarse. Es un modo de vida, el de los que ondulan en las altas esferas.