Una marejada interna anuncia una explosión de impulsos refrenados, reprimidos, controlados; y todo ello en pro de una falaz, pero exigida, serenidad que amanse el descontrol ajeno. Siempre ejerciendo el rol que nos ha sido asignado, enmascarando, difuminando aquello que somos en bruto, sin el filtro de un entorno, unas circunstancias que, no nos mutan sino por el contrario, nos diversifican en una variedad de yoes, a menudo contradictorios, punzantes, disociados y desestructurados.
Pero ¿Qué nos resta, sino subyugarnos a esos imperativos que encalman lo otro? Todo aquello que es la diferenciación que, a pesar de esas múltiples semi-identidades, nos separa de lo ajeno para zafarnos de una disolución catastrófica, vencida y caótica.