Los estudios que se realizan por parte de organismos internacionales sobre el grado de felicidad de los individuos, no acostumbran a ser indicativos claros y nítidos al respecto. En primer lugar, porque los estos acaban midiendo la felicidad identificándola, erróneamente, con el grado de satisfacción en relación al bienestar material que experimenta el sujeto. En segundo lugar, porque es indescifrable e inconmensurable el concepto de felicidad auténtico que manejan unos individuos y otros. De ahí, se desprende que muchos de esos estudios hayan constatado que a partir de un cierto umbral de bienestar material, la percepción subjetiva de felicidad tiende a disminuir.
Entiendo que una de las claves consiste en que mientras hay escasez, se autoalimenta la expectativa de que esa es la gran causa de la infelicidad –y en según qué casos obviamente influye- Pero, una vez paliada esas carencias el sujeto constata que ser feliz, o la felicidad, es algo más profundo que la posesión de bienes –aunque reitero que un mínimo digno es innegociable-
Así, se debería tal vez reformular esos estudios como meros indicadores de satisfacción con el grado de bienestar material, porque quien se propone cuantificar la felicidad, sin que ni tan siquiera podamos conceptualizarla universalmente, me parece que incurre en un materialismo y simplismo, que se aleja millas de la complejidad del ser humano.
Si tuviéramos que consensuar en qué consiste ser feliz, tendríamos dificultades infinitas mucho más serias que cuando se intenta que todo humano reconozca la validez de la Declaración Universal de los Derechos Humanos.
La idea de felicidad –indagada hasta la extenuación desde los griegos- está estrechamente vinculada a la idea de sentido vital, y es por lo tanto, subjetiva, dispar y seguramente una quimera que acostumbramos a confundir plenamente con el sentido sin apercibirnos de que aunque relacionados,no son exactamente lo mismo. Por ejemplo, puedo creer que el sentido de mi vida es ayudar a los que más lo necesitan, pero sentirme infeliz y frustrado por las limitaciones que la realidad impone. Por ello la cuestión sobre qué es la felicidad, ha oscilado a lo largo de los siglos de ser un estado trascendente alcanzable solo en otra vida, hasta, por explicitar los extremos, a ser algo que cada cual debe atribuir a su propia existencia.
Como en tantas cuestiones de las que se ha ocupado la Filosofía, no hay más que preguntas, tras las preguntas; y las respuestas son siempre temporales y válidas para el sujeto en un período de su vida, pero seguramente modificable en otro.
Quizás si tuviéramos respuesta a esta gran cuestión, hallaríamos otras que siguen pendientes casi por la propia naturaleza de nuestra mente.