Hay quien nace estampado como sacrificio, dádiva del sustrato órfico arcaico, y su existencia no transcurre sometida a la propia voluntad, sino al destino tatuado con el que fue gestado. Así, solo le resta el honor de congratularse de la necesidad que impele su vida; dotada del sentido de ser fuente de compensación y equilibrio para la humanidad, que subsiste bajo la convicción de que hay ídolos divinos que exigen intercambios para resarcirse del mal causado por el acto egoísta y malvado de algunos.
Y esta historia, esté revestida de religiosidad o mera ideología, continua operando en el inconsciente colectivo junguiano, como arquetipo de equidad y justicia, en un mundo despojado de toda ética y regulado por transacciones morales.