
Constituye un espumarajo de habitual circulación la creencia según la cual, supuesto que vivimos en un Estado de derecho, todo cuanto se haga bajo su nobilísimo paraguas (esto es, pretextando su nombre) debe considerarse indefectible y acríticamente atinada manifestación de su señorío. Vaciar de sentido una palabra no es por de pronto tarea fácil y mucho menos de inmediata consecución; pero, una vez convertida en un mero título que, esgrimido a diestra y siniestra, a nada o a casi nada compromete, una vez admitidas como generales la vaguedad y la imprecisión, no es en absoluto de extrañar que no haya límite o coto que pueda ponérseles, máxime cuando el vulgo (como tal se trata a los ciudadanos, y ellos tan pichis) se embaúla la farfolla y la gallofa de folicularios y politicastros con una voracidad que ya quisieran para sí las limas.
Estado de derecho no es situación fáctica que…
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Yo solo veo oscuridad y miedo.
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