Se preguntaba Zygmunt Bauman, en un artículo aparecido en Claves de Razón Práctica en el año 2009, ¿Qué hay de malo en la felicidad? Su respuesta directa a la cuestión, tras un análisis de la situación del momento, era que lo malo era confundirla con esa carrera consumista que propone el capitalismo y que nos conduce a un sinsentido fatal[1]
Constataba que aquello que contribuye a la felicidad no podía comprarse en las tiendas y que tenía relación con los afectos, la colaboración con los demás, el reconocimiento mutuo, la autorrealización profesional,…Así, concluía Bauman que la vida, al ser como una obra de arte, debemos planteárnosla en estos términos, y ponernos retos difíciles de conseguir de forma inmediata, que estén mucho más allá de nuestro alcance. Tenemos que intentar lo imposible, asevera.
Es cierto que, cuando nos proponemos objetivos alejados de nuestra capacidad actual, nuestra voluntad y esfuerzo se ponen en marcha y trabajan duro para acercarse al propósito fijado. Bauman entiende que este trayecto es ya una búsqueda orientada de la felicidad, que culminará en la medida en que consigamos acercarnos al reto. Ahora bien, su concepción sigue exigiendo esa vida sacrificial proyectada en un futuro que irá haciéndonos felices y culminará cuando seamos capaces de coronar lo imposible, que por definición no ocurrirá nunca. Así, parece que para el pensador polaco no hay nuevas formas de pensarnos que no tengan su arraigo en la cultura judeocristiana. Seguimos siendo hombres situados en la historia con un proyecto a cumplir y ese es el único valor que tenemos.
Desde aquí, cuestiono que el hombre deba orientar su vida a conseguir lo imposible, porque es la manera más eficaz de frustrarse. Niego que la felicidad, si se admite tal cosa, se sitúe en el futuro porque genera personas resignadas a no tener aquello ansiado, ya que siempre hay futuro por sondear. Sugiero que el término felicidad esté tal vez contaminado de un halo mágico, propio de los cuentos de hadas, y que hablar de ella sea difícil porque tenemos una visión utópica. Admito que haya quien niegue la posibilidad de tal estado y lo conciba como una entelequia, más, inventada por el hombre para soportar la vida.
En cualquier caso, es remarcable la distinción implícita entre felicidad y bienestar material que se destila del artículo -y que está presente en la obra del sociólogo-, porque tan impregnados estamos de esta confusión que la ONU se permite la falacia, incluso, de haber establecido un índice de felicidad a partir de factores económicos y de protección social estatales, además de la percepción de la libertad y de la generosidad comunitaria. Curiosamente, y poniendo en entredicho este índice, según fuentes del Diario.com:
Pese a que el 79% de los suicidios de todo el mundo se registraron en los países de ingresos bajos y medianos, la tasa más elevada (de 11,5 por 100.000 habitantes) correspondió a los países de ingresos altos, en los que, además, se suicidan casi tres veces más hombres que mujeres, frente a los países de ingresos bajos y medianos, en los que la tasa está más igualada.
Aquí cabría reseñar la dificultad para obtener datos recientes y realistas sobre los suicidios, ya que hay muertes que pasan por ser accidentales cuando son voluntarias. No obstante, el hecho de que la tasa más elevada tenga lugar en los países de ingresos altos nos hace cuestionarnos la posibilidad de establecer algún baremo que mida algo así como la felicidad y menos si la vinculamos a factores principalmente de bienestar económico. Casos curiosos, al respecto, serían Finlandia, Suecia, Suiza e incluso Canadá que presentando altos índices de felicidad presentan altos índices de suicidio -más que en España, donde constituye ya la primera causa de muerte no natural por delante de los accidentes de tráfico-
Así pues, la tradición anglo-sajona de cuantificar todo para convertirlo en un objeto de conocimiento contrastable y verificable, se da de bruces cuando de lo que hablamos es de algo de naturaleza cualitativa, sujeta a reflexión continua y que supera nuestra capacidad lingüística, inclusive, de apresarla para aprehenderla. Y es que de aquello en lo que consiste ser feliz, los humanos llevamos hablando desde que se inició lo que damos en llamar Historia y proseguiremos dilucidando qué es y si hay algo de ese calibre. Tal vez, para acabar concluyendo que puede ser una experiencia tan subjetiva que es inconmensurable de un individuo a otro, porque aquellos que tengan la convicción de que existe tal estado, pueden diferir notablemente en su constitución.
Lo que sí evidencian los “datos”, si les damos alguna credibilidad, es que la felicidad no es el bienestar material, aunque nadie niega que sin unos mínimos para vivir con dignidad no hay nada más de lo que hablar.
Por último, expreso el máximo respeto que me ha inspirado siempre la figura de Zygmunt Bauman como un gran crítico y analista de la sociedad en la que vivió. Iluminando a muchos en la comprensión del mundo y en sus posibles derivaciones.
[1] (Trabajo=dinero=consumo=poco tiempo de ocio; Más satisfacción=más trabajo=más dinero=más consumo=menos tiempo de ocio, …)
¡Buenos días!
Leerte es un placer para mi café matutino.
Tu sentido crítico me inspira confianza.
El otro día reflexionaba sobre la felicidad, entendiéndola como Viktor Frankl (en el hombre en busca del sentido) e interpretándola similar a Heráclito, como el fuego (a veces para arriba y a veces para bajo).
Me atrevería a decir que la felicidad no existe y no es más que una mera etiqueta asignada a unos impulsos motivacionales que nos hacen ‘ver el sentido de las cosas’ y que por tanto, pensando en la sociedad líquida tratada por Bauman; se ha asociado la etiqueta felicidad a ciertos productos, que creemos que provocarán la misma respuesta que provoca en nosotros el “estado de felicidad” pero que, ciertamente, no es más que puro engaño impulsado por el aprendizaje vicario asimilado a través de la publicidad……
¡Gracias por tu artículo!
Hola! Estoy bastante en consonancia con el artículo y sus reflexiones, aunque también me ha hecho pensar en algo mientras lo leía que quizá es algo «tangencial». En realidad creo que en circunstancias «normales» (de lo que ahora se entiende por normalidad), casi siempre habrá más suicidios en los llamados países ricos, o mejor dicho, menos en paises más pobres, porque hay una cantidad de población que va a morir por causas materiales haciendo «inviable» el suicidio. No les da «tiempo» a pensar en el suicidio, o como tu dices, hay ciertas condiciones de vida material que de no cumplirse, tampoco puede hablarse de nada más. A veces el suicidio, aunque resulte «macabro» pensarlo así, es casi un privilegio, en el sentido de poder «decidir» acabar con tu vida, en vez de verte abocado a perderla porque no puedes sostener su «coste», o verte abocado a mantenerla porque una responsabilidad te obliga a seguir (Quiero dejar claro que no pretendo banalizar el suicidio pues se bien que no tiene nada de caprichoso ni de privilegio en si mismo. Solo intento comparar fenómenos, que pueden adquirir dimensiones muy distintas dependiendo del contexto). También supongo que en países de corte más mediterráneo, habrá, por un lado, más suicidios en el sentido de condiciones más precarias que facilitan las condiciones para pasar penurias (pero no las suficientes para impedir la vida), pero se verán compensados por otro contrapunto que es la mayor interdependencia social, y mayores creencias de pensar el suicidio como un fracaso o incluso como algo egoísta. Estas y otras cosas creo que hacen muy difícil pensar en la tasa de suicidio de los países como un indicador fiable para hacer comparaciones. Y bueno, al final esta conclusión va bastante unida a la que expresabas de la cuantificación constante de la vida para sacar conclusiones.
Respecto a la felicidad… creo que necesita existir como concepto, pero efectivamente, el problema es el sentido y connotaciones que actualmente tienen, ya que eso es lo que construye las cosmovisiones que nos rodean y los sistemas que se sustentan en ellas, y una felicidad basada en el deseo individualista, el crecimiento infinito, o la acumulación material solo nos lleva al desastre, individual, y colectivo.
Perdón por el tocho-comentario y gracias por el texto! Me hiciste pensar!
¡Buenos días!
Leerte es un placer para mi café matutino.
Tu sentido crítico me inspira confianza.
El otro día reflexionaba sobre la felicidad, entendiéndola como Viktor Frankl (en el hombre en busca del sentido) e interpretándola similar a Heráclito, como el fuego (a veces para arriba y a veces para bajo).
Me atrevería a decir que la felicidad no existe y no es más que una mera etiqueta asignada a unos impulsos motivacionales que nos hacen ‘ver el sentido de las cosas’ y que por tanto, pensando en la sociedad líquida tratada por Bauman; se ha asociado la etiqueta felicidad a ciertos productos, que creemos que provocarán la misma respuesta que provoca en nosotros el “estado de felicidad” pero que, ciertamente, no es más que puro engaño impulsado por el aprendizaje vicario asimilado a través de la publicidad……
¡Gracias por tu artículo!
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Gracias a ti por seguir ahí, leyendo!!!!
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Jjjj 😍
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Gracias por este artículo, co comparto con mis tribus.
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Gracias por aproximarme a tus tribus!!!!!
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Hola! Estoy bastante en consonancia con el artículo y sus reflexiones, aunque también me ha hecho pensar en algo mientras lo leía que quizá es algo «tangencial». En realidad creo que en circunstancias «normales» (de lo que ahora se entiende por normalidad), casi siempre habrá más suicidios en los llamados países ricos, o mejor dicho, menos en paises más pobres, porque hay una cantidad de población que va a morir por causas materiales haciendo «inviable» el suicidio. No les da «tiempo» a pensar en el suicidio, o como tu dices, hay ciertas condiciones de vida material que de no cumplirse, tampoco puede hablarse de nada más. A veces el suicidio, aunque resulte «macabro» pensarlo así, es casi un privilegio, en el sentido de poder «decidir» acabar con tu vida, en vez de verte abocado a perderla porque no puedes sostener su «coste», o verte abocado a mantenerla porque una responsabilidad te obliga a seguir (Quiero dejar claro que no pretendo banalizar el suicidio pues se bien que no tiene nada de caprichoso ni de privilegio en si mismo. Solo intento comparar fenómenos, que pueden adquirir dimensiones muy distintas dependiendo del contexto). También supongo que en países de corte más mediterráneo, habrá, por un lado, más suicidios en el sentido de condiciones más precarias que facilitan las condiciones para pasar penurias (pero no las suficientes para impedir la vida), pero se verán compensados por otro contrapunto que es la mayor interdependencia social, y mayores creencias de pensar el suicidio como un fracaso o incluso como algo egoísta. Estas y otras cosas creo que hacen muy difícil pensar en la tasa de suicidio de los países como un indicador fiable para hacer comparaciones. Y bueno, al final esta conclusión va bastante unida a la que expresabas de la cuantificación constante de la vida para sacar conclusiones.
Respecto a la felicidad… creo que necesita existir como concepto, pero efectivamente, el problema es el sentido y connotaciones que actualmente tienen, ya que eso es lo que construye las cosmovisiones que nos rodean y los sistemas que se sustentan en ellas, y una felicidad basada en el deseo individualista, el crecimiento infinito, o la acumulación material solo nos lleva al desastre, individual, y colectivo.
Perdón por el tocho-comentario y gracias por el texto! Me hiciste pensar!
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Gracias por leerme y por el comentario, con el que estoy completamente de acuerdo en las matizaciones que introduces. Gracias!!!!
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