Joker o el nihilismo al que aboca un sistema.

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Ayer vi Joker. Me produjo un impacto sobrecogedor, en sintonía con la fuerza de la interpretación magistral de Phoenix y la tragedia en sí misma que la película exhibe, acaso para zarandear las certezas morales que legitiman nuestra existencia.

Cabe decir que, solo soy una aficionada al cine, no una experta, a la que siempre le han repelido los relatos de superhéroes. Curiosamente, el único que logró seducirme fue el increíble Hulk, ese monstruo verde que arrasaba vengativamente contra la injusticia y que yacía encalmado en el interior de un hombre bueno. Fantaseé, no pocas veces, con esa sublime explosión de la ira y la rabia ante aquellos que reiteradamente te vapulean, menosprecian y ningunean al creerse legítimamente superiores a ti.

En consecuencia, esta apuesta de Todd Phillips por excavar en los orígenes del malvado de Batman -aunque el director declare la ambigüedad respecto de si es o no el auténtico Joker- que en un principio podría haberme dejado indiferente, va in crescendo como azote emocional al irme adentrando en los recodos de la mente de Athur y en las cloacas de un sistema que se sustenta en base a la exclusión y marginación de un sector de la sociedad, desposeyéndolos de todo derecho a una existencia digna, y que cínicamente puede usarlos como  a “los payasos” que alegran los ratos de ocio de los hombres de éxito, mofándose del fracaso que considera resultado de la incapacidad e inutilidad de esta rémora social de los abandonados por el sistema.

La marginación a causa de la pobreza, la poca cualificación de los empleos a los que pueden acceder, el desprecio de los servicios sociales se muestran como apéndices ilustrativos de lo que aparenta ser -pero creo que no lo es- la cuestión central, a saber, la problemática de los enfermos mentales que como individuos desquiciados -por su origen y circunstancias sociales- padecen reiteradamente el abandono de la sociedad, tal y como afirma Joker, en un momento del film : “…se espera que los enfermos mentales nos comportemos como si no lo fuéramos”. Así, la falta de asistencia sanitaria y de medios para integrarse en un sistema que, de facto, demuestra no quererlos dentro, imposibilita que adopten esa “normalidad” que es arbitraria, pero arraigada e inoculada en el interior de cada individuo con el objetivo de imponerles un horizonte deseable.

Arthur -o Joker, como se autodenomina hacia las últimas escenas de la película- es el símbolo, por consiguiente, del expulsado, menospreciado y maltratado de un sistema capitalista urdido para proteger a los pocos que más tienen. E incluso, como si de una estructura estamental se tratase, evidencia las falsas posibilidades que tiene cualquier expulsado de escabullirse de esa ratonera. La risa histérica del protagonista es un tic que finaliza asemejándose al llanto -no es fácil discriminar en uno de esos accesos si ríe o gime-. Un desbordamiento de tristeza honda, de desamor y de maltrato que, al borde del abismo nihilista, desencadena una violencia “con causa”. Susa acciones son la vindicta hacia “los otros”, los que no poseen su mismo estatus, los que se venden al mejor postor egoístamente o se aprovechan d ellos más débiles regocijándose en su desgracia. “Aquí tienes lo que te mereces” apostilla en alguna escena a sus víctimas-verdugos.

Joker representa la chispa que latía en el seno del mundo marginal y que, sin proponérselo, se erige en el héroe que demuestra a los “suyos” que la revuelta contra los poderosos es viable. Violencia física y vandalismo contra la violencia estructural y sistémica, porque lo que procura el sistema es que todos estemos “conformados”, incluyendo a los disidentes y absorbiéndolos bajo el emblema de una falacia de la diversidad. Pero lo que no prevé, ese sistema inhumano, es que traspasados los límites de lo soportable, muchos no tienen nada que perder y por ello se desinhiben de las convenciones sociales, se transforman en asesinos, aparentemente arbitrarios, amorales, cuando lo que hacen es emular las deshumanización a la que han sido sometidos, aunque de forma contundente y sanguinaria.

Lo que me ha conmovido dramáticamente de Joker es que, aunque explicada mediante una estética cinematográfica que la sustenta como lo que es, una película, hay tanta realidad oculta en cada escena, tanto dolor y sufrimiento que solo puede desembocar o en el hundimiento suicida del protagonista o en un nihilismo absoluto –“no sentí nada al matar”- que arrasado por la desesperanza, tan solo le resta el disfrute de una represalia despiadada que explicite el sin sentido al que ha abocado un sistema sustentado en la pobreza de unos, para la vida acomodada de otros. Y, ante esta circunstancia emerge la cuestión crucial con la que puede concluirse este análisis: ¿Es el héroe Batman, quien tan solo sirve de herramienta de un estatus quo; o el héroe es el juzgado Joker, víctima involuntaria de una sociedad desigual, injusta y desalmada?

Una película incómoda e incluso desagradable de ver pero imprescindible, irrenunciable.

 

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        Luis Fabian Sembergman
        Director, Revista La Bitácora.

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