Si como algunos —entre ellos Foucault tal vez como el contemporáneo más destacado— han afirmado, las interacciones humanas son en última instancia relaciones de poder, en las que cada sujeto ocupa el lugar que esta dinámica le otorga, la cuestión que nos explota en la cara es qué es una relación amorosa. Sabido es que el pensador francés se ocupó también de las formas de la sexualidad y cómo estas había que remitirlas, para su comprensión, a las formas institucionalizadas y, por ende, socialmente admitidas.
Mas lo que aquí nos interesa es, si fuese posible, ahondar en una relación amorosa sea de la naturaleza que sea —parentales, amigos, …— para rescatar que hay de genuino y auténtico si la liberamos de esa tensión de poderío. Es cierto que toda relación se da en un contexto concreto que atribuye posiciones y roles a los individuos. En ocasiones ese carácter determinado de toda interacción posibilita dinámicas de abuso en el ejercicio del poder que, obviamente colisionan con lo que sería una relación amorosa. ¿Excluye eso que en una relación amorosa no puedan darse relaciones de poder?
Aquí, la prudencia nos llevaría a responder contradictoriamente sí y no, o lo que es más ajustado: depende.
La presencia de la alteridad constatada por el sujeto induce a este a tomar posición, en el sentido de intentar sustentarse en lo que es para no ser de forma imprevista e involuntaria absorbido por el otro. A partir de este estado de alerta, el sujeto contacta con el otro y se inicia lo que sería la interacción, que bien puede desembocar en una lucha de defensa de la identidad propia, o bien en una fluida relación de conocimiento mutuo e intercambio. Si lo que se impone es la concordia y se va desarrollando la confianza en el otro, puede llegar a desarrollarse un tipo de relación que denominemos vínculo amoroso. Ahora bien, según el rol y la posición que cada sujeto asuma y que, a su vez, el otro le otorgue, el poder estará siempre presente en la relación, en cuanto solo el hecho de que el lugar de uno es excluyente del lugar del otro, y en consecuencia la jerarquización en la relación puede ser inevitable.
Si de relaciones parentales hablamos, esa posición jerárquica debe dar lugar al ejercicio de la autoridad, no del poder en cuanto dominio del otro con fines diversos, si no como referente que, por reconocimiento del otro de la legitimidad de ese poder, debería tener la función de educar —en el sentido latino de educare, conducir— a quien se sitúa debajo en la jerarquía para ser orientado al cuidado de sí mismo —del que también habló Foucault en sus últimos años— y, por ende, al desarrollo de sí como sujeto.
La situación varía si de lo que hablamos es de relaciones entre supuestos iguales. Como la posibilidad de que el poder no se halle en absoluto presente parece poco probable, por no constatada en una observación rigurosa de las relaciones, tal vez lo sí debería darse es un intercambio dinámico de la posición de poder. Lo que algunos psicoanalistas en las relaciones de pareja denominan coloquialmente un intercambio de papeles. Si la interacción de los elementos del vínculo amoroso —aunque el ejemplo parece no indicarlo, nos estamos refiriendo también a las relaciones de amistad— se establece de manera dinámica y cambiante en relación a los roles que se ejercen, el poder no es nunca la posición absoluta de nadie, sino que pasa a formar parte del intercambio y la fluctuación de la relación misma.
De lo expuesto, podríamos afirmar como hipótesis provisional que las relaciones amorosas están también condicionadas por el poder que puede ejercer un sujeto u otro, pero que lo relevante es que esa posesión del dominio no se dé nunca como la posición absoluta de un sujeto sobre el otro. Si así fuese, estaríamos hablando de interacciones que no pueden denominarse vínculos amorosos, ya que parecen poseer un carácter distintivo y otro.
Sirva esta reflexión como punto de partida, como sugerencia de una indagación que no esté nunca acabada en cuanto las sociedades cambian al cambiar sus instituciones y las mismas dinámicas sociales. Brindo pues la posibilidad de repensar, hoy, cómo deberían darse esas relaciones de poder para que sean fructíferas para cada sujeto.
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Quizá el amor es el poder de dos…
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Sumados? crees posible que no entren en colisión?
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Creo que la mejor forma de aspirar a ese equilibrio dinámico es la honestidad. Y me refiero a la honestidad acerca de como somos realmente, no nuestro yo «ideal», aparentemente indefenso e inocente. No se trataría de esconder las dinamicas de poder pretendiendo que no existen (nunca van a dejar de existir), sino de hacerlas cristalinas y entender con el otro cual es nuestra propia tendencia, y en cada caso, tratar de negociar para encontrar la situación más sostenible en caso de conflictos continuados (y no siempre ese equilibrio es posible). Por supuesto esto requiere de bidireccionalidad y confianza o será fatal, por lo que el riesgo de salir herido siempre estará ahí.
Mas veces de las que creemos tratamos a los otros como objetos para satisfacernos (incluso aunque los tratemos «bien»), y esto, aunque pueda dar lugar a ciertos equilibrios compensatorios suele acabar explotando, dejando heridos o deshumanizandonos..
Por último, paradójicamente, cuando uno está «enamorado», es cuando menos capaz es de ser honesto, ni consigo mismo, ni con su mirada al otro.. así que definitivamente fácil no es eso del equilibrio
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Gracias por comentar…. De hecho, simetría pura imposible, lo interesante es que sea cambiante para compensar las asimetrías…
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