La pandemia que se combatía como si fuese una guerra -¿lo es?-

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Armas contra el virus

La que subscribe este texto no es docta en medicina, ni en derecho, ni en economía. En algunos aspectos no soy menos ignorante que cualquier ciudadano medio. Ya dijo Platón que sin conocimiento no puede ejercerse adecuadamente la política, ya que desconociendo la Justicia no puede realizarse un Estado Justo —recordado sucintamente— Sin embargo, lo que Platón no podía atisbar es que sin saber cómo debe gobernarse un Estado para que haya justicia —si tal entelequia es posible— sí pueden, hoy, los ciudadanos constatar cuando un Estado ni es justo, ni su gobierno es capaz de ejecutar lo que promete, ni el conjunto de representantes del demos lo representan, en el sentido de velar principalmente por el bien común, que para eso están. A veces porque el aparato burocrático de la administración de lo público es ineficaz, ya que no gestiona lo que el ejecutivo aprueba o por decreto ley o por aprobación parlamentaria. Se ha horadado un abismo entre las decisiones ejecutivas y su gestión —los “famosos” ERTES son un ejemplo inmejorable, ya que muchos ciudadanos aún no los cobran—

Y es que, para no faltar a los acontecimientos, una pandemia ha paralizado el mundo, a unos más que a otros, porque la sanidad no ha sido capaz de responder adecuadamente a un fenómeno de tales características. Esto último, entiendo que es aplicable a todos los estados, aunque unos han resultado más ineptos que otros. Y este envite vírico global ha dejado en evidencia el tan loado avance y desarrollo de la ciencia médica y de otras que la secundan, así como las tecnologías que están a su servicio. De tal manera que muchos estados, al menos en Europa —la gran Europa— ha creído que teniendo en cuenta la lentitud en la capacidad de dar respuestas médicas a un problema médico, la gran solución que se va repitiendo es el “arresto domiciliario” de los ciudadanos. Eso sí, sin tener en cuenta, en ningún momento, que todos aquellos que se desplazan para ir a sus trabajos tienen derecho a poder mantener las “imprescindibles” medidas de protección, y no hallarse en un cubículo como el metro o muchas líneas de autobuses —sobre todo las que se mueven por las zonas periféricas de la ciudad, en el caso de Barcelona es significativa la diferencia en la frecuencia de paso de las líneas H6 de la zona alta y V3 que va de la zona alta a L’Hospitalet, donde residen los trabajadores— en los que la distancia de seguridad que recuerdan machaconamente los altavoces parece recochineo ¿Se pueden amontonar cosificados como mano de obra productiva entre semana y no van a poder salir ni a pasear los fines de semana porque es cuando se contagian?

No descubro nada, aunque los partidarios de la revolución de las sonrisas digan lo contrario, si afirmo que tomar decisiones confiando en la bondad natural del ciudadano es algo semejante a plantear la educación bajo el supuesto de que todos los niños quieren aprender, y esto es decisivo lo que nosotros les enseñamos. Estos supuestos bondadosos, se dan de bruces con la diversidad de ciudadanos y formas de conducta de estos —igual que un profesor se topa con alumnos de intereses diversos— y, constatado lo empírico no tienen más recurso que la imposición a decretazo o Estado de Alarma de limitaciones de los derechos civiles, sin los que no hay democracia, como son la libertad de circulación, de actividad empresarial, de asociación y reunión entre personas —incluso de la misma familia—, …

Hay que reconocer y decirlo vocalizando alto y con claridad que es una decepción que en el S.XXI una pandemia, en los países más desarrollados, se acabe combatiendo casi con las mismas medidas que la que hubo a principios del S.XX durante la I guerra mundial.  Ciertamente parece inconcebible que nos hayan inoculado la mitificación de la ciencia que, excepto para matar masivamente, no es capaz de salvar vidas masivamente en un breve espacio de tiempo. Y por ello, el Estado se sirve de la represión de los ciudadanos para que estándose quietecitos el virus también lo haga.

Lo que expreso es asombro, estupefacción y una confirmación de que la humanidad es una especie con capacidad, pero con voluntades cuestionables. Quizás en lugar de tanto viaje espacial y tanto ejercito podían haberse esforzado todos estos años a investigar cómo se puede combatir una pandemia. Para los neófitos puede ser algo impensable, pero no para la ciencia médica y las instituciones internacionales de las que depende su desarrollo, ya que una evidencia clara son las epidemias que se producen incluso simultáneamente en África ¿Era impensable una pandemia? O ¿es que el origen de lo que resultaba impensable es oscuro y velado?

Me maravilla que un organismo microscópico de forma natural haya paralizado el gran sistema capitalista, el único invencible. Pero más allá de mi ignorancia y mi sorpresa, lo que me preocupa es la agudización y extensión de la pobreza entre los ciudadanos y la ineficacia de recursos públicos para subsanarlo, junto con las secuelas de todo tipo que esta experiencia va a dejar en los niños, adolescentes y jóvenes de hoy que son, a mi juicio, los que más intensamente sufren las restricciones de las libertades actualmente y son los herederos de este mundo caótico resultado del ataque de un bichito.

O ¿hay algo que no sabemos? ¿hay algo más? ¿no deberíamos estar al caso esos ciudadanos que somos el ejemplo de los países de la libertad y de la democracia, de lo que ciertamente ha sucedido y está sucediendo para que este coronavirus no se extinga ni con temperaturas altísimas?

Reitero mi ignorancia; pero no olvidemos que somos los ignorantes de la era digital que, ante el desbordamiento de información contradictoria, no nos queda ni capacidad para reconocernos en el espejo de lo aturdidos y desorientados que nos quedamos. Si debemos hacer el sacrificio de renunciar a nuestros derechos civiles, sociales y económicos, es imprescindible que sepamos a qué jugamos y cuáles son las reglas; cualquier otra cosa es manipulación y estafa.

Seguiría hasta la saciedad, mas de poco serviría. Quiero enfatizar desde aquí tres cuestiones fundamentales:

  • Que se dediquen más recursos a la investigación del virus con relación a cómo combatirlo y los tratamientos -menos ejército, menos partidas para monarquía y sueldos y dietas de diputados que no sirven para casi nada-
  • Que, de una vez por todas, los transportes públicos se pongan a la altura de las necesidades, aunque pierdan réditos económicos, y aumenten la frecuencia de paso para la protección de la salud de los “currantes”, que son los que siempre acaban padeciendo más -a excepción de los que se han quedado sin él-
  • Que los gobiernos hablen y actúen con la transparencia que la dignidad de los ciudadanos merece.

Con la conciencia de que seguro obvio, por incapacidad de procesamiento, cuestiones fundamentales dejo abierto el escrito para que quien lo desee lo complete con las carencias que bien seguro presenta.

Plural: 12 comentarios en “La pandemia que se combatía como si fuese una guerra -¿lo es?-”

  1. Coincido en la expresión de tu argumento y las reivindicaciones que haces. Con respecto al transporte de masas decirte que, en muchos casos, lo que hay detrás son contratos de concesión vinculados a una demanda (entre una concesionaria y una autoridad del transporte –como lo puede ser la ATM–) y, por tanto, a un uso eficiente del activo. Se están haciendo estudios para constatar que, en general, y observadas ciertas medidas de precaución, el nivel de riesgo es mínimo pero, como todo alrededor de este virus, descansa sobre un suelo «inquieto», en el sentido de que hay muchos aspectos de su propagación que, seguramente, desconocemos. Lo que me lleva, por cierto, a tu segundo punto: somos hijos de la inmediatez en la era de la inmediatez y, por ello, esperamos (¡inmediatamente!) tener conocimiento cierto sobre el virus. Parece que la comunidad científica le está llevando tiempo y, aunque sea discutible que las decisiones de los gobernantes se muevan por criterios técnicos (de científicos), tampoco parece existir consenso claro entre estos últimos.
    En fin, Ana: aún nos quedan vueltas en la «noria». Abrazo, fuerza y salud.

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  2. Desde luego, hay muchas cosas que no cuadran. Decretar toque de queda durante seis horas de nada sirve cuando durante el resto del día se mantiene un ritmo normal. Parece que lo que interesa es mantener el ritmo productivo para que las empresas y la economía no decaigan; eso es lo que en verdad importa.
    Por lo demás, lo del lenguaje bélico es algo que ya observé al principio, durante los tres meses de cautiverio que tuvimos. Se hablaba de «estado de alarma», de que «estamos en una guerra», de que «venceremos»; y toda la gente en los balcones… Era un ambiente bélico.
    No sé… Todo esto, junto al hecho de que se nos obligue a llevar mascarillas, me hace dudar. Es como querer atemorizar al ciudadano. Más allá de que estemos en una situación crítica; más allá de que el bicho esté ocasionando muertes, hay que tener en cuenta que ese bicho no es un ser perverso que se regodee con nuestro sufrimiento y quiera fundar un imperio a costa de exterminarnos. Y las mascarillas, al margen de su cuestionable utilidad, juegan el papel de uniformarnos, de privarnos de personalidad. Todos somos uno; que nadie se salga del redil. Y, por cierto, ése es otro timo: que las mascarillas estén exentas de iva en Italia y que tengan un iva superreducido en el resto de Europa, mientras aquí tenemos el máximo. Se trata de un bien de primera necesidad, cuyo uso es obligatorio, so pena de unos 100 euros o más. Debería estar exenta de impuestos. Pero claro: la cuestión es recaudar dinero; y eso de hacer que paguen más las grandes fortunas y los bancos, para que se cumpla la Constitución, como que no.
    En cuanto al desconocimiento del origen del bicho, es algo parecido a la crisis económica. Se habla de crisis económica, como si fuera una mujer que viene cuando le da la gana, en vez de exponer las causas para que el pueblo las vea; en vez de culpar a la especulación, a los créditos que se deben a Europa, a Maastricht… No interesa que nada de eso se sepa.

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  3. La verdad es que si que resulta vergonzante y a la vez muy revelador, que a estas alturas de la historia en la que el desarrollo tecnológico y científico es abrumador, y en la que existen tantas desigualdades en el reparto mundial, ni siquiera en este contexto/juego tan amañado se pueda dar una respuesta adecuada, proporcionada y que esté diseñada desde lo humano y el aprecio a la vida con mayúsculas (no a la mera supervivencia) a un desafío que en si mismo, representa una amenaza mayor a nuestro modo de vida, que a nuestra vida misma.

    También creo que las propuestas que pones encima de la mesa son necesarias y de sentido común, a las que podría añadir desde mi opinión, la implantación de una renta básica universal o un refuerzo y rediseño de los servicios sociales desde una perspectiva mucho más comunitaria y participativa y menos burocrática.

    Y es de alguna manera triste que en un mundo cuyo sentido común está por lo general podrido, nos tengamos que resignar a pedir que al menos sea «la mejor cara» de ese sentido común. Tengo la sensación de que solo imaginamos como hacer la torre cada vez más alta, intentando corregir fallos en los pilares haciendo equilibros hacia los lados. Pero cuanto más alta sea la torre, más va a doler la caida. Quizá hoy tengo un día demasiado radical, pero creo que es más sensato pensar en como demoler la torre reduciendo en lo posible la fatalidad de la caída, que en seguir empeñandonos en salvar la podrida estructura de base.

    Siento dejar un aire tan pesimista!

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