La desmocratización de la sociedad -todo para el pueblo, pero sin el pueblo-

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Si las condiciones en las que tiene lugar la existencia del individuo en la sociedad pueden ser calificadas de limítrofes, estamos urgidos a desvelar aquellas que seamos capaces de identificar. ¿Por qué? Pues, ni más ni menos, porque nos proporcionan la medida de nuestra situación y, por ende, sobre qué supuestos se edifica la identidad individual. ¿Para qué? Obviamente para superar esa frontera y reventarla, ya que mientras existir se reduzca a sobrevivir la vida es una lucha reiterada y cuestionable —en el sentido de si tiene valor este tipo de vida, que propiamente no lo es—

Así, este tiempo de pandemia está convirtiéndose en una pesadilla en la que los derechos fundamentales civiles y sociales son conculcados sin pudor alguno por los poderes del Estado. Los primeros para frenar la propagación del virus, y los segundos porque la crisis económica, que está socavándonos, atenta principalmente contra las clases medias-bajas y las más bajas, dejando a muchos individuos en situaciones de pobreza extrema —más aún, si cabe, de lo que podíamos imaginar—. La libertad ha pasado a un tercer plano, pero, y esto es lo más preocupante a mi juicio, los derechos básicos de acceso a una vivienda digna, un empleo y medios de subsistencia, son ahora muchísimos más los que ven toda posibilidad de sobrevivir al límite. Las ayudas sociales que se prometen no llegan, o lo hacen parcialmente y tarde; hay familias que siguen siendo expulsadas de sus casas, aunque el gobierno se comprometió a detener todo desahucio durante esta emergencia sanitaria, y los números del paro se han multiplicado vertiginosamente, así como el de aquellas personas que trabajando en condiciones ilegales e indignas disponían, al menos, de un medio de subsistencia. Estas últimas, por su situación de trabajo en negro, no tienen ni derecho a esos subsidios prometidos y que no acaban de gestionarse con la agilidad necesaria. La administración se ha colapsado, aduce el gobierno, pero los estómagos de las personas y la vida a la intemperie no entienden de gestiones burocráticas.

Cierto es que nadie, que sepamos (¿?), se está beneficiando de este caos, y todos los individuos lo están sufriendo, en mayor o menor medida. Pero aquellos que se hallan en situaciones limítrofes batallan día a día por sobrevivir en un contexto que se muestra de larga duración y sin horizonte.

La razón es, nos dicen, que la salud es la prioridad. Y sin duda lo es, pero no tal vez solo cuando nos asola el tsunami de una pandemia, sino cuando previa a esta afección vírica la sanidad pública padecía una crisis de recursos, de personal -que emigraba a países donde eran más valorados- y en la que las prestaciones se iban -discretamente- reduciendo. El ejemplo más escandaloso, que conozco, es el de las revisiones ginecológicas que se llevan a cabo cada dos años y por una comadrona, sin además pruebas diagnósticas como ecografías o mamografías. Si te enviaban al ginecólogo es que ya tenías algo grave. Esto estaba sucediendo en Catalunya desde hace años. No hablemos de otras prestaciones o de la mismísima salud mental que, por cierto, a raíz de la pandemia se va a convertir en un problema de primer orden en toda la población, especialmente creo en niños, adolescentes y jóvenes.

Bien pues, si estas son las condiciones de existencia —o las más evidentes— queda patente que estamos en una situación límite. Entiendo que la única manera de revertir algunas acciones gubernamentales que se están haciendo muy mal, es con una respuesta contundente de los individuos que ejerzan de ciudadanos. Hasta ahora he usado intencionadamente el término individuo en lugar de ciudadano, precisamente porque estamos desvinculados entre nosotros, a pesar de ser entes con derechos y deberes reconocidos por un Estado de Derecho, y nos hemos cosificado al someternos sin chistar a la destitución de nuestra ciudadanía. Las reivindicaciones, manifestaciones y protestas unitarias en todo el país deberían producirse para reclamar de una vez por toda cambios estructurales y gestiones rápidas que solucionen problemas muy urgentes, en lugar de desviarnos en protestas parciales y corporativistas que nada resuelven ahora como sociedad. Me parece claro que los únicos capaces de movilizarse son las clases burguesas, medias-altas como mínimo, que ven en peligro su bienestar, o se preocupan de cuestiones que no son ahora acuciantes. También parece un hecho que los ciudadanos más vulnerables restan desmovilizados por falta de alguien que los aúne, aun siendo los más perjudicados, los que más sufren esta situación ya que ni tan solo tienen condiciones para confinarse y protegerse del virus. Pero parece un hecho que los Sindicatos están comprados y rinden cuentas al mejor postor, porque quienes tendrían que estar velando de forma prioritaria por defender los derechos más básicos de supervivencia de los ciudadanos parecen inhibirse en las cuestiones más arduas.

Así desasistidos, tan solo movimientos y organizaciones de la sociedad civil son capaces de responder con premura a necesidades perentorias de los abandonados del sistema. Como ya ocurrió en la crisis del 2008. Después oiremos un discurso político de los líderes actuales que defiendan lo público ante lo que denominan la iniciativa privada. Debemos recordarles que una iniciativa privada, es decir, paradójicamente del pueblo, de la sociedad civil, que tiene por finalidad, no el lucro propio, sino el servicio público a las personas más vulnerables, sin tener en cuenta más que su condición de personas que malviven y sobreviven en nuestro país —ni papeles, ni trámites, ni burocracias que atentan contra la existencia  que no dispone de tiempo de demora— son redes sociales indispensables de ayuda comunitaria, sin las que seguramente este país habría explotado hace años.

Simultáneamente, con cara de estúpidos, tenemos que observar atónitos el “botellón del Ibex 35”, en palabras de Gabriel Rufián en el Congreso de los Diputados, con la perplejidad posterior de que los medios de comunicación se han hecho un eco escaso, y solo medios más marginales y con menos poder se han llevado las manos a la cabeza. ¿Tenemos que creernos la urgencia sanitaria en nombre de la cual nos están sometiendo como individuos sin voz? ¿O es que ellos son inmunes, se han vacunado o saben cosas que no sabemos?

No puede haber paz social sin un poder político transparente que sostenga cierta coherencia entre lo que dice y lo que hace, en todos los ámbitos, y en el último hecho mencionado deberían destituir a los cargos públicos que asistieron a la menciona fiesta masiva -entre 80 y 150 personas, según los diversos medios-

Tras este somero análisis, y retomando a la problemática inicial, podemos tal vez sugerir, al menos, que las condiciones de existencia son, para un porcentaje de individuos cada vez más elevados, insoportables. Que esto ubica a la población en una situación límite que solo podemos destripar si ejercemos de ciudadanos, esto es, sujetos de derecho que se constituyen como una comunidad -en el seno de una sociedad- de exigencia de lo que es sustancial, estructural y realmente relevante para dejar de vivir en un contexto de subsistencia. Esto, que ya se me antoja como utópico, es condición necesaria para que las personas empiecen a desarrollarse como tales, al profundizar en el valor de su estar en el mundo y la búsqueda de razones que conviertan a este fenómeno existencial en valioso.

No querría concluir este texto sin mencionar a esos otros individuos que al no pertenecer al llamado primer mundo, están siendo asesinados, torturados por falta de recursos, condenados a la hambruna y expuestos a una diversidad de enfermedades impensables para nosotros, incluido el covid19, que los va matando de forma agónica. Entre ellos, una ingente cantidad de niños que mueren desnutridos rodeados de insectos y cuyas imágenes parece que ya nos han insensibilizado, como algo que sucede sin que tenga que ver con nosotros. Dicho esto, mi inquietud y malestar va más allá: ¿qué mundo inhumano hemos creado en el que solo tiene cabida un 20% de la población mundial? Esta sangrante realidad deslegitima cualquier discurso sobre el valor de la vida, si atendemos a que esa pregunta es la pregunta de los privilegiados. El resto viven como perros, esos que, en nuestro entorno, en estado de alarma son tenidos en cuenta siempre para salir a defecar y miccionar, incluso con más sensibilidad que hacia la salud mental de los niños que parecen – ¡ahora! – no ser los principales transmisores del virus. Meses enjaulados para acabar concluyendo esto. Ahora, eso sí, atendiendo a lo políticamente correcto -no sea que los animalistas se les echen encima- las necesidades bilógicas básicas de excreción de los animales están por encima de la salud pública, por cuanto hay mucha gente con mascotas que tenía, por ese hecho, un salvoconducto

Podríamos continuar hurgando en un sinfín de contradicciones y paradojas, pero quizás lo más fructífero sería que de alguna manera podamos coordinarnos para que sean atendidas esas personas que se hallan en las cunetas de esta sociedad. Manifestaciones, caceroladas, huelgas de brazos caídos,….lo hemos hecho por causas menos acuciantes que estas ¿qué nos falla como ciudadanos que no somos capaces de levantar la voz por lo crucial y fundamental?

Plural: 3 comentarios en “La desmocratización de la sociedad -todo para el pueblo, pero sin el pueblo-”

  1. Tan esclarecedora como reflexiva visión de la realidad subjetiva! Brillante! Te sorprenderás con la palabra «subjetiva», pero como la «obsolescencia programada de los objetos útiles o inútiles» nos en encontramos también ante ¿»una pandemia programada»? La desigual distribución de los recursos; se acelero a partir de los 70 dejando crecer la pobreza e indigencia en millones de personas. Porque sería pensar que es una locura, que las victimas de clases no dominantes, son su mayoría. Que el centro de poder; conformado desde el siglo XVIII ha ido mutando hasta nuestros días, de tal forma que la inmunidad de rebaño es la implícita aceptación de someterse a ser meros espectadores, de la propia deslegitimidad humana. Mis respetos y un cálido saludo.

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