Bellas palabras de un gran lector y conocedor de la filosofía griega y, por ende, de Sócrates, cuya lectura recomiendo por revelarnos aspectos del pensador griego poco explicitados; y cuestiones que nos sugiere relectura.

Pierre Hadot, Elogio de Sócrates Ed. Paidós, trad. Ana Millán Risco
(…) Sócrates se enmascara a sí mismo: es la famosa ironía socrática, cuyo significado despejaremos más adelante. Sócrates finge ignorancia e insolencia: “se dedica –dice Alcibíades- a fingir ser inocente e infantil con la gente”. “Las palabras, las frases que moldean la envoltura exterior de sus discursos se asemejan al pellejo de un desvergonzado sátiro”. “Sus asiduidades amorosas, su aspecto ignorante son las envolturas que adopta a semejanza del Sileno esculpido”. Sócrates fue tan diestro en esta clase de disimulo que logró enmascararse para siempre a la Historia. No escribió nada, se limitó a dialogar, y todos los testimonios que sobre él poseemos, más que revelárnoslo, lo esconden, precisamente porque Sócrates siempre se sirvió de la máscara a quienes hablaron de él. Puesto que él mismo estaba enmascarado, Sócrates se ha convertido en el proposon, la máscara, de personalidades que necesitaron cobijarse en él. Les brindó a la vez la idea de enmascararse y la de adoptar como máscara la ironía socrática (…) El núcleo original de este fenómeno es, por tanto, la ironía del propio Sócrates, con sus habilidosas preguntas, conducía a sus interlocutores al reconocimiento de su propia ignorancia. Infundía en ellos tal confusión que, en ocasiones, incluso acababan cuestionando su vida (…) Se trata de que el lector se percate de su error, no refutándolo directamente, sino exponiéndolo de tal manera que el despropósito de su postura aparezca ante él con claridad (…) La ironía es una actitud psicológica según la cual el individuo busca parecer inferior a lo que es: se desprecia a sí mismo. En el uso y en el arte del discurso, dicha disposición se manifiesta a través de una tendencia que finge otorgarle la razón al interlocutor, que finge adoptar el punto de vista del adversario. Así se presenta la ironía socrática; despreciándose a sí mismo Sócrates concedía más de lo necesario a los interlocutores que deseaba refutar: al pensar, pues, una cosa y decir otra se deleitaba utilizando ese disimulo que los griegos llamaban ironía. Se trata por tanto de un fingir autodespreciativo que, en un primer momento, consiste en simular, desde un punto de vista exterior, ser una persona totalmente común y superficial (…) Sócrates de desdobla para dividir al adversario en dos. Sócrates se desdobla; está, por una parte, el Sócrates que sabe de antemano cómo va a concluir la discusión, y, por otra, el Sócrates dispuesto a recorrer el camino, todo el camino dialéctico con su interlocutor. Este último no sabe hacia dónde le lleva Sócrates. En esto consiste la ironía. Caminando junto con su interlocutor, Sócrates siempre requiere el pleno consentimiento de su compañero, le hace admitir, progresivamente, todas las consecuencias de ésta. Al exigirle en cada momento su consentimiento, basado en las exigencias racionales del discurso con sentido, del logos, objetiva el procedimiento conjunto, conduciendo al interlocutor al reconocimiento de cuán contradictoria era su postura inicial(…) El interlocutor está por tanto dividido en dos: está, por una parte, el interlocutor tal como era previo a la discusión con Sócrates, y, por otra, el interlocutor que, en el constante consentimiento mutuo, se ha identificado con Sócrates y ya no es, en adelante quien era antes.
En “Història de la Filosofía Occidental”. Ana de Lacalle. Pág. 30 —os la podéis descargar del blog en materiales de Filosofía, en catalán— No dispongo de traducción al castellano.
Un aspecto relevante del texto de Hadot en el que intenta aproximarnos, lo más fidedignamente posible a su juicio, al personaje de Sócrates es la función transformadora que cumple el diálogo filosófico y, por ende la Filosofía: hay un desdoblamiento entre quien es el sujeto antes del proceso dialéctico y aquel que deviene tras su parcial finalización, ya que no hay clausura del pensar sobre ninguna de las cuestiones abordadas, sino mera constatación de inconsistencias, de contradicciones del prejuicio de que disponía el interlocutor al iniciarse el diálogo, y que debe situarlo en la posición de búsqueda continua de aquello que Sócrates entendía que era inalcanzable: la verdad. Convencido de que la había, se apercibió de las limitaciones del lenguaje humano para desvelar lo sustancial que se amagaba tras el aparecer de las cosas. De ahí, que ningún diálogo resta nunca concluido más que para mostrar nuestra incapacidad, y para estimularnos a la indagación siempre insaciable por insatisfecha.
Ahora bien, Sócrates alentaba al conocimiento de uno mismo, y conocer en sentido riguroso es para los griegos saber; y este a su vez un dominio teórico y práctico del objeto conocido. En consecuencia, el famoso “Conócete a ti mismo”, implica alentar al dominio de uno mismo y a la introspección como forma de búsqueda de esa verdad que se halla velada en el interior de cada uno, para cuyo ejercicio la mayéutica es el método privilegiado, por cuanto consiste en dar a luz la verdad oculta mediante la ironía y el diálogo.
De esta forma, Sócrates entiende la filosofía como un camino interior que exige de la interlocución con los otros, que lleva a la transformación del sujeto. Hoy, esta concepción de la función de la Filosofía, en cuanto ya no nos es propia como modernos que somos, constituye una opción, una decisión entre el desarrollo teórico intelectual que se ejercita desde un púlpito, o la voluntad decidida de que la Filosofía sea como actividad crítica siempre transformadora del sujeto y del mundo.
Entiendo, en consecuencia, que, si la Filosofía es ejercida en el aula como una actividad transformadora de uno mismo y, necesariamente, del mundo en el que habita —tan solo con que se modifique la posición del que filosofa, lo hace a la par su mirada e interacción con el entorno— el valor que en sí misma tendrá la Filosofía, menguará la continua demanda de legitimaciones como materia útil. Su legitimación será evidenciada por esa experiencia que restará arraigada en el sujeto. Otra cuestión es que las sociedades actuales, o el flujo de poderes que explícita o implícitamente las dinamizan, necesiten de un ejercicio[1] de crítica que desenmascare los intereses ocultos y, aún menos, que sacuda al individuo para que sea el sujeto, el cimiento de sí mismo.
[1] Esta tarea es asumida por una variedad importante de filósofos, desde perspectivas diferentes, entre los que podemos mencionar tanto a los filósofos de la ciencia -diríamos hoy- que propiciaron, aun a riesgo de su vida, el cambio de paradigma o cosmovisión que provocó la denominada Revolución científica: Copérnico, Kepler, Galileo,…como a los que ahondaron en los subterfugios del sujeto y el sentido: Kierkegaard, Schopenhauer, Mainländer…hasta los que sacudieron los fundamentos de la cultura occidental: Marx, Nietzsche, Freud, ….Esto por citar a algunos como representativos.
Brillante y esclarecedora entrada! Podríamos deducir; quizás que Maquiavelo escribió algunos de sus tramos de «El Príncipe», influenciado por el pensamiento socrático? Un cálido saludo.
Me gustaMe gusta
Brillante entrada.
Me gustaLe gusta a 1 persona
Graciass
Me gustaMe gusta
En el diálogo Sócrates le dice a Adimanto (el hermano de Platón) que «los dioses y los seres humanos odian las verdaderas mentiras» (un juego de palabras, que parecer sugerir algo así como una mentira esencial, una falsedad del alma). Y da una pista de por qué esto es así. Dice que la mentira de este tipo es una especie de «imitación de la afección del alma», y de esto engendra una especie de «fantasma» o copia. En otras palabras, la mentira engendra no-ser, el mal, aleja de la forma pura eterna, y de alguna manera irrealiza la naturaleza divina (si tal cosa es posible); es una especie de corrosivo ontológico.
Me gustaLe gusta a 1 persona
Gracias x tu aportación!!!! Que enriquece..
Me gustaMe gusta