¿Qué Verdad?

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Querría, de entrada, clarificar que lo que aquí se analiza no es el concepto de verdad científica, sino el uso ordinario que hacemos de él en nuestra cotidianidad y tras el cual hay un trasfondo filosófico sobre la concepción de esa verdad.

Establecido el ámbito en el que vamos a discernir sobre qué significa el término verdad, considero necesario distinguir determinados usos que se han hecho de este -siempre en este sentido ordinario-

  • Verdad como correspondencia: lo que decimos se adecua a los hechos
  • Verdad pragmática: lo que es útil, funciona como explicación es un hecho es lo verdadero.
  • Verdad como coherencia: lo que afirmamos se deriva lógicamente de verdades anteriores, y a su vez de esta verdad deducida pueden extraerse otras.
  • La Verdad es relativa e incluso subjetiva: lo que afirmamos es verdadero según el contexto o la perspectiva que asumimos o incluso es del todo subjetiva, o sea, cada uno ve los hechos de una manera y todas ellas son válidas.

Entiendo que estos cuatro usos se utilizan de forma combinada y entremezclada y muchas veces no somos ni conscientes de ello. Lo que me propongo mostrar es que nuestro concepto de verdad ordinario, aquel que subyace en nuestra mente es el primero, la verdad como correspondencia, y solo cuando entramos en un supuesto diálogo con otros para defender esa verdad recurrimos a la validez de otros significados del concepto de verdad, aunque no poseamos un conocimiento de esta simplificada clasificación que he presentado.

Aterricemos. Hay un dicho popular que reza algo así como que la verdad duele, o que a nadie le gusta oír la verdad. En esta creencia extendida podemos comprobar que se da por sentado que hay una verdad, una única visión de los hechos, ya que nuestro lenguaje expresa lo que es, y eso no puede más que ser unívoco. Curiosamente, además, utilizamos este sentido del término cuando nos referimos a alguien sobre el que existe un cierto consenso externo sobre su forma de ser, su conducta, sus intenciones. Los demás “ven” lo que sucede de forma objetiva, y solo el sujeto juzgado está ciego ante esos “hechos” que para los otros son incontrovertibles. Aquí, parece evidente que estamos utilizando la verdad como correspondencia del decir con lo que acontece, y únicamente el afectado cuya visión está deformada por su interés, es incapaz de ver lo que los demás perciben nítidamente. Además, los que desde el exterior perciben y juzgan las acciones son capaces de argumentar sus juicios acudiendo a argumentos lógicos que creen da más consistencia a esa percepción colegiada -aquí se combina el uso dela verdad como coherencia lógica de unas supuestas verdades con las que pueden ser derivadas deductivamente-

Fijémonos que, en estas situaciones, cada sujeto juega un rol en ese entramado de relaciones respecto del sujeto juzgado -uso juicio en el sentido de un enunciado que afirma o niega algo sobre el mundo, no en el sentido de juicio de valor-. Para poder contrastar de una forma más o menos fidedigna esa supuesta verdad necesitaríamos conocer el contexto en el que se establecen esas relaciones, porque sin esa información no hay posibilidad de entender hasta qué punto los que juzgan mantienen una cierta distancia cognitiva y emocional sobre lo juzgado.

No prensemos que esta empresa sería sencilla, porque exigiría un cierto análisis psicológico y sociológico para aprehender en contexto de las relaciones y detectar hasta que punto hay o no una visión desviada de aquel sujeto al que se juzga. Obviamente, esto no lo hacemos en la vida cotidiana por lo que, por de pronto, podemos constatar que a menudo aquello que consideramos verdadero puede ser puesto, al menos, bajo sospecha. Aunque ciertamente funciona para satisfacer unos determinados intereses -aquí entraría el uso pragmático de la verdad- y enrocar al colectivo que juzga en el dogmatismo de su concepción sobre el sujeto X.

En las relaciones sociales lo expuesto abunda y a veces puede coincidir con lo que se juzga, pero otras no, y lo que sí parece claro es que falta una actitud crítica que intente desvelar hasta qué punto se está manteniendo una posición lo más objetiva posible.

Si nos trasladamos a sucesos que acontecen en el ámbito de las relaciones más estrechas o íntimas, donde se puede afirmar que existe un vínculo afectivo entre los individuos, la cuestión se torna más subjetiva, más vivencial y con grandes dificultades para discernir si hay eso que podamos llamar “verdad”. Sin detenernos más en esto, lo que si parece es que aquí es donde funciona el concepto de verdad subjetiva, ya que no se dan las condiciones de objetividad -por los vínculos afectivos- para formular aseveraciones que no estén sumidas en las vivencias subjetivas, en cómo el individuo experimenta las palabras o las acciones del otro, etc….

Entonces, si deteniéndonos brevemente a analizar el uso que en la vida cotidiana hacemos del uso de verdad, detectamos aseveraciones que pueden ser cuestionadas por la beligerancia con la que se emiten los juicios ¿Por qué no cejamos en nuestro empeño de usar reiteradamente la verdad como la correspondencia con los hechos, como si fuese un juicio incuestionable?

La respuesta es compleja, pero avezados en este intento de mostrar de forma simplificada algo que hacemos recurrentemente y que es altamente cuestionable, podríamos decir que si algo tambalea los resortes que nos aportan seguridad en el entorno en el que nos movemos es que hay verdad y falsedad, y que la primera puede ser evidencia si muchos la confirman. Este ejercicio -carente de toda rigurosidad- es el que funciona como garante de las certidumbres que nos permiten sostenernos sin que se desestructure nuestra estabilidad emocional, y que nos son imprescindible para decidir, obrar por omisión o acción en las exigencias de un tiempo limitado que es la vida cotidiana y que no se detiene ni deja mucho margen de reflexión. De aquí, podemos intuir que contra más intensa sea la premura en la toma de decisión, menos reflexión, menos complicación para el individuo, pero más incapacidad de no ser marionetas en un teatro urdido con la voluntad de que los individuos actúen estimulados por el grupo, colectivo o masa, se atengan a lo que parece el juicio mayoritario y no piensen.

El ejercicio de reflexión y discernimiento es el más peligroso cuando lo que se busca en una sociedad es la homogeneidad de los individuos, la ausencia de disenso y el sometimiento inconsciente -ese que nos hace creernos libres sin serlo en absoluto- Las sociedades contemporáneas juegan hábilmente con un doble discurso: el de hacernos creer que la verdad es la correspondencia de los juicios con los hechos y el de crear juicios presentados como verdaderos que no se corresponden con hechos objetivos -porque no lo hay- y utilizarlos de forma masiva como la verdad. Es lo que hoy muchos denominan la era de la posverdad, porque obviamente en este juego sucio, en el que intervienen muchos agentes sociales, la verdad ha perdido todo valor, ha sido negada como posible y nada es, en este sentido ni verdadero ni falso, o ni tan siquiera nada hay que se ajuste con más fidelidad a los hechos que otros decires.

En este marasmo de dimes y diretes quedamos todos expuestos a la aparente arbitrariedad, a la sensación de que cualquier información publicada o cualquier intercambio dialógico puede estar repleto de infundios, al margen de que podamos reconocer como verdadero de forma absoluta algo o no, lo que sí parece cierto es que a voluntad pueden manipularse los sucesos narrados para que se muestren con una “verdad” implícita y explícita que manipule a la opinión pública.

No es, en consecuencia, de extrañar que las sociedades contemporáneas sean cada vez más escépticas, fruto no solo de esa imposibilidad de establecer la verdad de forma inequívoca, sino porque la experiencia ha demostrado el enjambre de falsificaciones -mostrar como verdadero lo que se sabe que no lo es, porque está más a nuestro alcance identificar falsedades que verdades- en el que nos hallamos sumidos y la tarea ingente que supondría a cada paso discernirlas.

El escepticismo, incertidumbre y descrédito de toda autoridad tiene su origen mucho antes de la pandemia del covid19. Dejemos de justificar y de legitimar todo como consecuencia no buscada de esta tragedia mundial, ya que esta parece haber puesto de manifiesto prácticas que previaamente eran usadas con sútil y sibilina habilidad.

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