A través de la cristalera límpida, oteo un empíreo grisáceo que me susurra: soy cielo, pero no paraíso. Y no hay alteración en mí ya que, arraigada a la ciénaga existencial, no percibo edén alguno. El cuadro que aparece contundente se aviene a la convicción de años, lustros y jornadas de indagación que han construido en mi interior. Descubrir que la profundidad que conlleva escudriñar cuanto puede acudir como problemático a mi mente y pender de un hilo hacia el abismo, son aconteceres idénticos. No se puede querer asir algún tipo de comprensión y no restar desnuda y a la intemperie. Tras ese hito, agrio y amargo pero inexorable, solo resta la decisión.
Y decidir, ateniéndonos a sus raíces latinas, es dejar de lado, separar, cortar; evidentemente tras haber analizado las posibilidades que se nos ofrecen, ya que lo posible es aquello que puede realizarse, pero que nosotros no gestamos como posibilidad. Así, apartamos lo que no, y elegimos lo que sí. Aquí se produce una concatenación interesante, porque en función de lo dejado de lado y elegido, se reabren otras posibilidades de elección que, sin haber sido escogidas por nosotros, sí se derivan de la decisión anterior.
Este extenuante discriminar y asumir las opciones que una decisión niega por una parte y ofrece posteriormente por otra, no refleja la existencia de la mayoría de los humanos. Aunque por nuestra condición debería acontecer así, nos hallamos sumergidos en una sociedad y una cultura que mediante la institucionalización de la vida social nos evita la toma de decisiones. Marca el camino a seguir, lo “normal”, lo “esperado” de cualquier individuo que nace en un sistema ordenado de tal forma que los individuos van recorriendo las fases o etapas ya previstas. ¡Qué descanso! Respiran algunos aliviados. ¡Qué asfixia! Gimen otros con una opresión vital que les cercena.
Estamos ante dos grupos de individuos que se dan en toda sociedad: los integrados, mediante el proceso de socialización, y los desintegrados que no pueden, por forma de ser, sentirse sujetados, previstos, y decididos casi de por vida. ¡Son tan pocas las decisiones que nos restan en una estructura que ubica a cada individuo en su lugar!
Los que no se integran, por incapacidad, rebeldía, convicción, pasan a ser parte de los excluidos. Estar excluido es estar repudiado por el entorno, ser juzgado como indeseable y escupido por el sistema. Entre estos podemos encontrar personas con situaciones de pobreza estructural, pero también individuos que habiendo podido formar parte de esa cárcel sin aparentes barrotes, han decidido -y esto sí que es una decisión de riesgo- llevar la vida que creen responde a sus inquietudes, sus principios y sus prioridades axiológicas. Obviamente, acaban formando parte del grupo de los pobres desarraigados que deberán rebuscar formas tolerables para subsistir.
Estamos, por lo tanto, ante quienes agradecen llegar al mundo con la existencia bien pautada, y quienes se sienten encorsetados y anulados. De estos últimos depende, a menudo, que se cuestionen formas de vida, estructuras y el sentido mismo de la parodia que los humanos nos hemos montado. El coste para estas personas es su vida misma, pero se acercan a su final, tras un transitar duro, con la dignidad de haber sido quiénes creían que querían ser. Porque, en última instancia, saber, saber, pocos saben, -si es que hay alguno- quién quieren ser, qué margen real tienen de efectuarlo y hasta qué punto su libertad no ha sido un delirio del rol de denigrado que ha asumido.
Decidir, desde el propio yo, exige coraje, porque cada gesto, cada paso va perfilando un modo de existencia que acaba estrechando sus márgenes. Cuanto más ejercemos la libertad, menos posibilidades tenemos de seguir ejerciéndola. Es una paradoja irónica: la decisión libre restringe el margen que nos resta para continuar su práctica, porque a medida que vamos dejando atrás y obviando opciones las que van apareciendo resultan cada vez más reducidas y previsibles.
Notables reflexiones… que pasarían por dilucidar previa o ulteriormente acerca de quién o qué es… el / lo… que realmente transgrede una concreta tendencia o estereotipo de vida, actitud o conducta o… finalmente se inhibe sobre una u otra decisión a adoptar en el momento, in situ y a tiempo real… a fin de transmutar en su ‘karma’, su ley de causalidad, su futuro y / o su evolución resultante.
Es posible que en aras a dirimir al respecto hubiere que aplicarse de lleno en averiguar si realmente existe el libre albedrío… o está todo pre-programado de antemano; si no fuere ya al cien por cien… sí al menos en un altísimo cuanto de porcentaje.
Porque… a medida que se adentra uno en las más profundas simas de la psique… más nebulosas se ciernen respecto a eso que llamamos ‘yo mismo’.
En Occidente sigue prevaleciendo la idea de que semejante noción responde a un hecho factible, indudable y substancial, mientras que en Oriente se ha asumido hace ya siglos el insensato embeleco que semejante constructo fortuito, temporal y esporádico implica.
Ante tamaña polémica solo resta improvisar… (XD!).
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Vivimos improvisando, ergo si no hay libre albedrío nos sentimos como si lo hubiese. Gracias por leer y comentar!
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