PIONERAS ANÓNIMAS

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La década de los años ochenta en España fue un tiempo convulso, en los que convivió una cierta voluntad colectiva de cambio junto con una resistencia a cualquier amago de truncar los patrones tradicionales.

Xesca se hallaba al inicio de su veintena vital y su espíritu idealista, convencido de que era posible generar grandes cambios, la llevó a rebelarse contra la represión violenta que el patriarcado ensalzado por el nacional- catolicismo impuso durante el franquismo.

Sus circunstancias, no obstante, no la permitieron más —¡ni menos! — que luchar contra esos gestos y conductas que, hoy en día, denominamos micromachismo. Se crio en una familia en la que la supremacía del hombre, equiparado casi a un semidios, se imponía con cierta violencia y en la que los chicos asumieron de bien pequeños el rol del que, de alguna manera, también fueron víctimas, ya que,  junto a los privilegios propios de no realizar tareas domésticas, su destino de hombres les obligó a integrarse en el mundo laboral a los doce años; mientras que, curiosamente, las chicas podían seguir estudiando porque en aquel paradigma patriarcal no se esperaba de ellas sino que, llegado el momento, ejercieran de amas de casa.

Xesca era una chica que siempre aspiró a participar de actividades que, considerándose propias de hombres, le resultaban estimulantes. Una era el fútbol, que practicaba siempre que el grupo de niños en cuestión, tras vapulearla con insultos y menosprecios como el de “marimacho”, le concedía misericordiosamente la posibilidad de participar. La segunda actividad era el ajedrez. Aquí no solo se encontró con las burlas de poseer un cerebro hueco, sino con las dificultades de competir con chicos mayores que ella. Eran partidas lúdicas y espontáneas, pero para ella era un reto decisivo porque deseaba demostrar que las mujeres también podían avivar sus conexiones neuronales y ejercer un desafío intelectual que hiciera sombra e incluso superara al de algunos hombres. La cuestión no era el sexo, sino la capacidad de desarrollar esas estrategias propias del arte del ajedrez.

Así que, fiel a sus propósitos de ser considerada en igualdad de posibilidades que el sexo fuerte, se decidió a estudiar Filosofía —casi un monopolio masculino—, compatibilizando con ello un trabajo de cuarenta horas semanales. Fueron años duros, áridos y de oscilaciones intensas entre el abandono de esa prioridad que era tener una licenciatura para poder codearse con respeto en una sociedad forjada y pensada para los hombres, y el ímprobo y tenaz denuedo por no decaer y continuar encorsetada en un rol que no se ajustaba en absoluto al sentido de sí misma, a su identidad.

Sobrellevando esa intensa lid con el entorno y su propia fortaleza, llegó un momento en que decidió casarse. En aquellos tiempos el catolicismo y las ceremonias por la Iglesia seguían siendo la práctica generalizada y reconocida socialmente. Mas no soportaba la idea de acudir al altar —lo cual no era ninguna contrariedad porque era creyente— con un largo y ornamentado vestido de virgen princesa que se entrega en toda su pureza al hombre que va a poseerla. Así es que, decidida a no domeñarse ante tal costumbre y tradición, contraria también a una inversión monetaria desmesurada, acudió al mercadillo de su barrio y dio con la prenda perfecta para su boda: un traje de chaqueta con corbata. Ante el pasmo de su propia familia, y posteriormente la de aquellos invitados de compromiso, se presentó el día X a la hora Y con un pantalón liso de color beige brillante, una torera con estampado a juego, una camisa blanca y una corbata negra. Visto esto, su pareja optó por la pajarita.

Los comentarios, por el desaire que estaba cometiendo, fueron de asombro y extrañeza, y presupuso que las críticas, murmuraciones y reprobaciones tuvieron lugar a sus espaldas.

Para ella fue un gesto público de rechazo a los prototipos machistas, nada comparable con el esfuerzo superlativo que implicaba vivir como lo hacía, contra viento y marea. Pero fue una satisfacción y una ostensible afirmación, en ella misma, de la sociedad a la que aspiraba.

Muestras de rechazo, como la de Xesca, que llevaban a cabo muchas mujeres eran necesarias para ir socavando los cimientos de una jerarquía patriarcal. Recordaba haber tenido entre sus manos un libro que llevaba por título La mujer ¿es persona?; lo cual, aparte de erizar su epidermis hasta pinchar a quien se aproximase, la dejaba sumida en un desánimo hondo, porque se hacía cada vez más consciente de cuánto les quedaba a las mujeres por bregar cotidianamente para conquistar derechos que les pertenecían, aunque se les negaban incluso legalmente.

¿Hasta qué punto fue pionera? Si por precursora o avanzada a su tiempo contamos solo a aquellas mujeres que han obtenido algún tipo de reconocimiento posterior, como Emilia Pardo Bazán, en absoluto puede ser tenida en cuenta. Sin embargo, tal vez el error que hemos cometido las mujeres ha sido no apercibirnos de que los gestos ínfimos, casi privados a veces, con los que zarandeamos nuestro entorno diariamente son tan decisivos como las grandes proclamaciones puntuales como las del día ocho de marzo, pues, para desgracia de todas, una vez transcurrida la efeméride todo vuelve a su indeseable cauce.

Pionera es aquella que intenta vivir como mujer siendo reconocida en igualdad de oportunidades y reconocimiento social, lidiando con las vicisitudes habituales. Si cada mujer, pensaba Xesca, procurara reivindicarse como persona, en igualdad al margen del sexo, en los nimios detalles que nos van denostando sutilmente, el cambio sociocultural que surgiría desde el entramado existencial mismo acabaría logrando giros de mayor calado.

Así, Xesca construyó su vida desde ese nuevo paradigma, y aunque no haya pasado a la historia, murió creyéndose una mujer que se había zafado de aquellas imposiciones machistas que la afectaron directamente. Decía, musitando a sus hijas los últimos días de vida, que todas podemos y debemos ser pioneras de los derechos de la mujer, porque cada existencia es única, y cada una crea e inventa la manera propia de liberarse del yugo patriarcal.

Plural: 2 comentarios en “PIONERAS ANÓNIMAS”

  1. Muchas feministas anónimas ejercieron desde la clandestinidad de sus hogares. Mi madre fue una de ellas. Nos crió a mi hermana y a mí sin discriminaciones, con igual derechos que deberes. En aquellos años tan difíciles supo adaptarse a los cambios y no se dejó llevar por la corriente del que dirán.
    Visibilizar todos los ejemplos de feminismos es importante para lograr una sociedad igualitaria entre los diversos géneros. Hace mucho la educación, pero no olvidemos que en ese aspecto no es solo responsabilidad del sistema educativo si no del conjunto de la sociedad, empezando por la casa de cada uno.

    Abrazo

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