El abismo es un concepto-límite que deslinda lo soportable de lo insoportable, es decir aquello que puede ser sostenido por el humano de aquello que lo desborda. Si pretendiésemos decir algo sobre lo que es el abismo, usado en su acepción de realidad inmensa e incomprensible, el lenguaje toparía con la misma insuficiencia que el pensamiento; por ello el uso de este concepto tan solo clarifica el umbral a partir del cual una existencia se torna en agonía insufrible.
Muchos humanos han tocado mentalmente este precipicio vital. Unos han retrocedido aterrados ante la posibilidad de ser engullidos. Otros han sostenido el reto de mirarlo de frente sin sucumbir. Sea como sea, lo cierto es que la presencia de esta idea, aunque no demuestre su correspondencia con ningún abismo empírico y fáctico, sí muestra que la capacidad humana de persistir ante el dolor está acotada por esa línea que representa el umbral a partir del cual querer la existencia se vuelve problemático y, por ende, difícil el empeño de desentrañar algún nexo universal que nos empuje a quererla.
Son muchos los filósofos que han hilvanado los relatos que ligan al humano a la existencia, bien para mostrar la consistencia de esta ligazón, bien como manera de aliviar el sufrimiento rebuscando razones que se presenten como si fuesen objetivas, para que no peligre la voluntad de persistir del individuo.
Esta disparidad y diversidad de motivos para querer existir puede entenderse como una riqueza cultural, o bien, como intento mostrar, como la evidencia de que no hay nada que objetivamente haga de la existencia algo deseable en sí misma.
Existimos por el azar de mecanismos biológicos, lo cual justifica nuestra contingencia. Lo que se ha dado y podría no haberse dado -o sea, lo meramente contingente- no puede contener en sí algo que lo haga necesariamente deseable, porque no es resultado de ninguna necesidad.
Así, nuestra contingente existencia muestra la nimia importancia que tiene en el horizonte del Universo el hecho de que estemos o seamos unos individuos en concreto y no otros. De esta forma, siendo cada individuo, un humano concreto, el resultado del azar no tenemos a priori razones que nos obliguen a querer existir ¿Qué podría constituir el deber de persistir, si somos individuos concretos prescindibles?
Tal vez, aquellos que no pueden creer en lo transcendente y constatan la inmanencia caprichosa y arbitraria de su existir, van elaborando en el transcurso de su existencia motivos que sustenten su querer permanecer viviendo. Y aquí hay dos elementos claves: la construcción de un yo que se sienta sujeto de su existencia y la interacción con los otros que nos vinculen a la existencia con el propósito de vivir, es de decir de saborear el poder que tenemos de intervenir en nuestro entorno para reescribir la historia y los vínculos que nos ligan amorosamente con los otros, y que nos permiten sentirnos necesarios y hacer de los demás individuos necesarios; lo contrario de lo que ciertamente somos, recordemos: contingencia arbitraria. Y es que, si un humano se siente prescindible, indiferente, casi sobrante no hay motivo para querer la existencia. Somos seres que solo religados podemos querer permanecer como sujetos.
Estoy totalmente de acuerdo con tu última frase. Somos seres sociales que necesitamos ser admitidos por el grupo.
Y al mismo tiempo, siempre ha habido anacoretas y ermitaños.
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Siempre el respecto del carácter seductor qué es concomitante con el horror, más atinando a la pavura, qué es un cita el precipicio ante una caída inminente.v
El abismo es seductor y pavoroso. Quizás se relacione con el límite de los vertiginoso. El abismo es el todo y la nada la nada y el todo y el desconocimiento absoluto más allá de romper los la crisma sino somos El Coyote
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