La lectura de textos filosóficos siempre puede ser controvertida, ya que leer es interpretar y esta última está sujeta a planteamientos previos de quien lee. Es decir, podemos desmenuzar un texto desde una óptica hermenéutica y sostener que nada ajeno al texto mismo, ni la biografía del autor, son necesarios para entender qué dice ese texto, qué constructos y relaciones operan en su seno y cuál es, por ende, su significado intrínseco. Obviamente, para reconstruir el pensamiento de un filósofo esa lógica interna debe detectarse operando en otros textos del autor, por lo que la hipótesis sobre lo que emana de ese corpus lingüístico queda validada. Lo que no es relevante es ni tan siquiera quién lo escribiera, sino lo que de facto se desprende del texto porque explícita o implícitamente se dice en coherencia con otro texto con los que está hermanado.
Otra perspectiva desde la que se pueden leer obras de filósofos tiene en cuenta el contexto biográfico, histórico que envuelve la redacción de sus obras, y eso puede cambiar en cada una, con lo que sería posible que la evolución o cambios vividos por el filósofo fueran una herramienta clave para la comprensión de lo que dice y del por qué lo dice, sabiendo que el contexto de escritura no es estático y, por ende, la experiencia e ideas del autor tampoco.
No estoy afirmando que según la hermenéutica no se puedan aprehender cambios y giros de un texto a otro. Pero no es significativo el contexto de escritura, ni tan siquiera podríamos llegar a decir el sujeto histórico que lo escribe. El texto debe tener sentido y funcionar por sí mismo.
Esta cuestión es más importante de lo que pueda parecer porque nos sitúa ante interpretaciones no congruentes de grandes pensadores por parte de unos y otros. Creo que un ejemplo claro de lo que planteo es la controvertida interpretación de Nietzsche por parte de un conjunto de filósofos que lo han estudiado a fondo y otros a los que no podemos cuestionarle su rigurosidad y empeño. Así nos encontramos con lecturas en las que el concepto de voluntad de poder junto con el eterno retorno es nuclear, junto con otras en las que la figura del dios Dionisio es indispensable, enmarcado en ese eterno retorno y siempre en referencia a la biografía del filósofo que parece relatarse de forma simbólica a lo largo de sus textos. El resultado no es, obviamente el mismo Nietzsche exactamente. Cierto que es un pensador en el que la crítica a la tradición judeo-cristiana es el punto de partida, pero el aspecto nuclear hacia el que avanza su lectura nos muestra un pensador que no puede ser entendido sin el concepto de voluntad de poder, y otro en el que lo significativo es sin duda el juego con la figura del dios Dionisio como aquel que ama la VIDA, en el dolor y en el placer, e intenta siempre buscar el aspecto aparentemente jocoso de cuanto sucede: por eso baila desplegándose en su existencia y adquiere entidad en sí mismo, sin la necesaria contraposición inicial con lo apolíneo, ya que finalmente el eterno retorno constituye un vínculo indisoluble con el dios, manifestándose en una danza inacabable que ahonda en cada instante, experimentándolo con la intensidad que permite captar la gama de matices que presenta. Lo que retorna eternamente es esa danza ácida, irónica y jovial de un dios, Dionisio que puede ser recreado por quien se aperciba del juego macabro de una vida que carente de sentido, se burla de sí misma.
¿Son las dos lecturas de Nietzsche compatibles? O ¿una es ajustada y la otra no?
Insisto en que la perspectiva varia según en qué forma de entender los textos, que es el testimonio privilegiado que tenemos de un pensador, pongamos el énfasis, en la dinámica interna del texto sin que nada ajeno a él intervenga, o en una interpretación que otorga valor al contexto histórico y biográfico en el que los textos se fueron escribiendo.
Ahora bien, como ninguna lectura de Nietzsche puede ser contrastada con él mismo, que constituiría tal vez el criterio de aproximación más veraz -aunque un hermenéutico siempre puede objetar que una cosa es lo que pretendió decir y otra la que realmente plasmó en el texto- entiendo que lo relevante sea que nos dice hoy a nosotros y, argumentado y sustentado en sus textos, lo que nos transmite puede ser dispar; siempre hay el sujeto que interpreta enfrentado al texto, y sabemos que no hay sujeto por mucho que se esfuerce que sea una tabula rasa capaz de aprehender lo que realmente nos dice el autor. De esta forma admito que puede haber disparidades, de facto las hay, en la lectura de las obras de un filósofo y que no hay criterio externo para dirimir cual de ellas es más fiel. Aunque recuerdo que para los hermenéuticos lo único que poseemos es lo que está escrito, prescindiendo de todo lo que sea ajeno al texto que se nos ha legado. Curiosamente no se aperciben, o no quieren apercibirse de que el elemento externo ineludible es el mismo sujeto, que cree leer estrictamente lo que emana del texto.
Entiendo que lo que planteo puede parecer, para los neófitos en Filosofía, una filigrana, pero no lo es en absoluto, ya que siempre predomina o adquiere más resonancia una interpretación u otra de los filósofos y esto no es ninguna menudencia, porque tras ellos se puede crear una tradición que, de hecho, carezca de fundamento y que adquiera una relevancia importante para la cultura en ciernes. Vuelve a aparecer aquí la figura de Nietzsche como un buen ejemplo, ya que se ha visto en él en fundamento filosófico del nazismo por parte de muchos, cuando hoy en día se sabe que varios de sus textos fueron manipulados por su hermana y su cañada para que convergieran y se acoplaran al nacional socialismo alemán. Lo cual no evita que haya una cierta visión popular de que fue el filósofo culpable de dar fuerza al nazismo.
Obviamente he utilizado a Nietzsche como ejemplo de controversias interpretativas, pero esto ha sucedido con los grandes del pensamiento occidental y creo poder afirmar que lo que variaba para realizar una presentación u otra del pensamiento de un filósofo, era los previos de los que partía el sujeto que leía los textos.